NO PUDO SER. Morante toreando al natural.
CRÓNICA

Torería insuperable de paula

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La mayor de las maravillas fue la aparición del Paula, por quien iba toda la cosa: el homenaje. Al abrirse el portón de cuadrillas se sintió una especie de rugido mayor. Asomaron Joselito, Morante, el sobresaliente, las cuadrillas, monosabios y areneros. Falsa alarma. Al terminarse el paseo, el rugido primero se transformó en ovación y, entonces, Joselito y Morante descubrieron la presencia de Rafael, que estaba en un burladero de los de callejón, tocado con un sombrero de ala ancha, ya sentado y a refugio de todas las miradas. El clamor creció hasta límites desusados. Se arracimaron cámaras y fotógrafos. El Paula, invitado por los dos matadores, dejó su escondite, ganó como pudo la boca del burladero de capotes y por él ganó la arena.

Tocado todavía con ese sombrero gris de lunar espectro, Paula sorprendió a todo el mundo: muy despacio, muy despacio, se diría que torpemente, fue pasito a paso caminando hasta casi los medios. Cuando ya sólo se distinguía su figura en medio de un fausto paisaje de más de veinte mil almas, el Paula se destocó con parsimonia parecida a la del paseo y blandiendo el sobrero igual de despacio dibujó en el aire el giro entero de un brindis. No cabía más torería. O sí: porque el paseo de vuelta a la barrera tuvo rito y son similares a los de la salida. Antes de meterse, cayeron al ruedo un par de sombreros y varias flores, Paula abrazó cariñosamente a Joselito y estrechó la mano a Morante. Se les saltaron las lágrimas a muchos. Por el derroche de torería.

Lo que vino después de tan deslumbrante comparecencia no resistió las comparaciones. Aunque tuvo sus momentos brillantes, el festival no terminó de rodar. El manojo de lances embraguetados con que Morante recogió y saludó al primero de los tres que mató; la aplomada prestancia con que Joselito sostuvo el tiempo a ratos con un codicioso pero andarín toro de Vellosino, primero de la tarde; un aparatoso y celebradísimo quite de Joselito por crinolinas en el quinto; algunos desmanes estilísticos sueltos de Morante en cada uno de sus toros. Y muy poco más. Joselito le perdió siempre pasos al toro de Vellosino o lo desplazó cuando empezó a pesarle porque fue toro muy repetidor.

Y, además, se emperró en faena larga. Tanto que en el caso del tercer se oyeron hasta protestas. Con ese toro, muy manoseado, Joselito pecó de tironear y torear con el engaño escondido. El toro pedía la medicina contraria: pulso y enganche. El sobrero, que se desparramó un par de veces, no tuvo viaje, se rebrincó, no empujó. Joselito no se apeó de una idea fija: insistir retórica, mecánicamente.

Mató a los tres toros contundentemente, pero a ninguno por arriba. Morante hizo que se castigara demasiado a los tres toros. Al de Gavira, que tuvo buen aire, le bajó tan exageradamente las manos en el recibo de capa que fue como si lo picara. Al sobrero de Sayalero, con la cara alta, le dejó cobrar tres puyazos y se arruinó cualquier invento. Con el primero de Cuvillo, al que tan primorosamente lanceó a la verónica, no lo tocó apenas. Dibujó sobre la sosa inercia del sobrero de Sayalero y se encontró algo de perfil al público por hacer que el sexto, de Cuvillo, cobrara dos puyazos, que lo dejaron contra las cuerdas. Y al fin, con el espectáculo derrumbado, salió la Paula para acompañar a los matadores y sus cuadrillas. Con aire de mitológico dios.