Desescalada

Desescalada en Cádiz: Todos los tipos de tonto

De cierta aglomeración, incluso en el mar, en el estreno del tramo deportivo matinal se pasó a la calma con los mayores, siempre con gran respeto por el horario, menos por la distancia

Decenas de personas practican surf en el primer día de salidas permitidas por tramos horarios. Antonio Vázquez

J. L. G.

Los refranes –esos tratados de pereza mental, lucidez, contradicción y obviedad que ahora tienen forma de redes sociales– siempre contienen las verdades, todas. En un recopilación de baratillo, en orden alfabético estricto y comprada en 1991, con más de 10.000 referencias, aparece: «Gente balconera, gente puñetera». También «gente refranera, gente puñetera». Y así podría ampliarse con dos adjetivos cualesquiera que terminen con la misma sílaba. También aparecerán los contrarios, los que alaban a los balconeros y a los refraneros. Lo mejor y lo peor de los refranes, o de las redes, es que cabe lo uno y lo contrario, siempre.

Los puñeteros se han puesto morados este, de nuevo histórico, 2 de mayo . En momentos así pueden reconocerse todos los tipos de tonto que somos. Todos los idiotas cabemos en balcones y ventanas, en las aceras y en las playas, en los que miran y en los mirados sin miramiento.

El inicio del final del temeroso encierro resultó en Cádiz tan bullicioso, pero desigual, como cabe. A las ocho de la mañana, pero sobre todo entre las nueve y las diez, estaba la playa como dijo el manido verso del tango . El Paseo Marítimo, también. El estreno del horario para hacer deporte o ejercicio llenó las calles de entusiastas estrenadores sin entrenador. Tramos de la playa de la Victoria y Santa María del Mar, silenciosos y peinados, sin una huella hasta que aparecieron los niños hace una semana tenían tantas tablas y trajes de neopreno como medusas (¿recuerdan cuando preocupaban las medusas? ¿y la marea?). Las aceras eran una pista de atletismo y ciclismo extendida. En vez de ovalada como en los estadios, longitudinal y en paralelo a la playa.

Costaba mantener la distancia , ese añorado tesoro regalado por la epidemia –junto al silencio, el tiempo y la ausencia de patinetes–. Algunos, incluso con perro, que no se habla mucho de esta plaga. Se paraban a charlar, eran los menos pero irritaban los que más. Aún hay personas que insisten en mantener cualquier conversación trivial a la menor excusa, como antes a la puerta del banco, en la compra y el colegio, en el trabajo. Creen que con dos metros basta pero nadie repara en los que siempre prefirieron dos kilómetros. Los que corrían o pedaleaban se las tenían que ingeniar para hacer algún zig zag que evitara la caída o, peor, el acercamiento a un ser desconocido.

Jóvenes hacen deporte en la playa. Antonio Vázquez

La estupidez, como el agua, toma cualquier forma necesaria, se amolda. Demasiada gente con sus mejores galas, su mascarilla personalizada, sus gafas de sol y sus guantes ceñidos. Su ropa ligera y hasta auriculares. Esto va a venir bien para no saludar porque resulta fácil hacer que no se reconoce al otro. Ahora ya no es preciso tirar de falsa llamada de móvil para hacerse el loco. Con todo y pese al disfraz de ultramaratoniano, de Indurain o de cirujano, hubo más saludos de los habituales y recomendables. Con esto de la alegría de verse pasará como con lo de salir a hacer deporte, exultantes, a las ocho de la mañana. La mayoría durará poco y luego quedarán los de verdad, saludadores o deportistas. A primera hora, había más gente en la arena que en las aceras porque si este virus tan aclaratorio nos ha enseñado algo es lo que nos gusta y lo que no. A los que viven en Cádiz, a muchos, les gusta la playa como casi nada.

También ha servido este terremoto tan quieto para dejar claros los tipos de idiota. Hay muchos pero todos los humanos podemos incluirnos ahora en dos: los que miran con desprecio a los que toman medidas de precaución y los que miran con desprecio a los que no toman medidas de precaución. Están los que miran con soberbia (una forma de compasión) a los que llevan mascarilla y guantes. Esos éramos todos hasta hace mes y medio. Las japonesas frágiles y con la boca cubierta nos daban risa condescendiente. Aún quedan algunos de esos pero ahora los japoneses somos casi todos. En el otro grupo, al otro lado del ring social, están los que van por la calle o se asoman para mirar con desprecio a los confiados y pendencieros. Son los que esquivan en el rellano y el súper, los que acusan con la mirada a los que, sostienen, comprometen a todos con su arrogancia inconsciente.

La playa, llena de surferos. Antonio Vázquez

Como la legión y los equipos ingleses de fútbol, cada bando tiene un lema. Aunque no en Latín. El de los bravucones y bravuconas es «de algo hay que morir». El de los fotógrafos balconeros, denunciantes, inquisidores y regateadores de pasillo es «así nos va». Todos formamos parte de uno. Incluso, en algún caso, vamos de uno a otro, según el día, la hora y el humor.

Los mayores

Con el cambio de turno y de guardia –la terminología marcial es otra de las antiguallas que traen los nuevos tiempos–, se calmaron los ánimos . Los balcones se poblaron algo más, que una cosa es ser cotilla o tener ansia de contacto y, otra, madrugar. Además de las aparecidas banderas españolas con un lazo negro –el luto también tiene clases– aparecieron los mirones. Se encontraron las calles más serenas. Con la distancia, quizás no pero con el horario fueron muy disciplinados los deportistas gaditanos, los de verdad y los otros . A las 10.15 las mismas aceras y las mismas orillas presentaban la décima parte de densidad. Comenzaron a salir los mayores. Muchos, con menos de 70 años. Donde antes había bicicletas, bufidos y mallas aparecían andadores, sillas de ruedas y, sobre todo, mucho paseante. En número mucho, muchísimo menor. Por tanto –se supone que era la clave– con mucha más distancia. Sentados en el pretil del Paseo Marítimo o juntando pasos cortos al bellísimo y añorado sol de mayo. Al final del turno de los abuelos (de diez a doce) se sumaron las compras.

El Paseo, en el tramo horario de los abuelos. Antonio Vázquez

El mercado de Varela se llenó poco antes de mediodía y las farmacias, todas las tiendas, tenían más cola de lo habitual, . El festivo anterior, la salida de los mayores y las compras habituales se apilaban. Ante el Virgen del Rosario, un voluntario de Protección Civil sacaba a relucir su alma balconera, refranera, puñetera: «Ahí dentro hay 300 personas y la mayoría no tiene ni mascarilla, ni los que venden». Su desvelo y su buena intención, su presunto carácter solidario le animaban a mentir. Al entrar en el Mercado, es cierto, se veía cierta aglomeración indeseable, colas demasiado largas, demasiado cerca, pero ni un vendedor trabajaba sin mascarilla, guantes e incluso pantalla plástica sumada. Como a los que están en los balcones, la presunta buena intención parecía servirle como certificado para difamar, insinuar, señalar e incluso juzgar. Llegado el caso, con fotos que hacer volar por las redes sociales. En el partido de nuestras vida (otro nombre cursi más para esta desgracia) va ganando internet. Ya ganaba antes. Ahora, de paliza.

El tercer turno horario, por edad, correspondía a los niños. A partir de las 12 . Los mayores, tan disciplinados en el horario como los deportistas, empezaron a desaparecer casi por completo. A las 12.30 era casi imposible verlos desde la moto por el Paseo Marítimo y la avenida o sus confluencias. Ahora eran sus nietos, esos a los que saludan sin poder abrazarles ni besarles, a dos metros o desde una ventana, con las piernas temblorosas, a punto de escaparse y versionar el lema de los malotes: «Si de algo hay que morir que sea de un beso de mi nieto», parecen decir muchos con la mirada.

Mayores caminan por la playa. Antonio Vázquez

Las familias ya tenían entrenamiento. También eran más que otros días, impulsadas por un día sin viento, de cuento, de canción , y por el extraño entusiasmo de año nuevo creado por este principio del final del confinamiento sanitario. Ya tienen práctica, ya han salido. Van a la playa con su madre o su padre (alguien tendrá que explicar qué inconveniente sanitario hay en que salgan con los dos padres, que ya conviven y, de hecho, pueden pasear juntos en otro horario).

Se les sumaron los nuevos paseantes, adolescentes o adultos con más de 14 y menos de 70 en su papel de carabinas, con los que volvían de la compra, con los del perro de siempre, otra vez, con los pocos que iban y venían de trabajar. El resultado, un cierto gentío, una leve algarabía, invisible en las calles desde el maldito 14 de marzo.

Se levanta el telón. Segundo acto de la película de terror. Eso sí, cualquier adulto que haga deporte temprano, vaya a comprar luego y aproveche el posterior rato de paseo con un niño puede pasar la mañana, casi el día, en la calle. Será cuestión de autocontrol, fe y conciencia. La nueva normalidad ha empezado y parece tan detestable como la antigua, o peor . Con más miedo y más desconfianza, con la misma gente dispuesta a saltarse normas o a denunciar, a señalar o a desafiar, a toser cerca o a ofenderse de lejos. Así es la familia y uno más. Así somos con el bicho, con otro. Los que creían que íbamos a salir mejores de todo esto tendrán que conformarse sin el adjetivo. Salimos. Por tramos horarios. Nada más.

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