Olga, Elisa y Vanessa, en la pensión en la que han sido realojadas.
Olga, Elisa y Vanessa, en la pensión en la que han sido realojadas. - antonio vázquez
cádiz

Los primeros pasos hacia una nueva vida

Las tres mujeres desalojadas de la finca de la calle San Juan encaran con incertidumbre su futuro

r. jiménez
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La nueva vida de tres mujeres ha echado a rodar en una pensión del casco antiguo de Cádiz. A apenas 200 metros de las casas que habían okupado y convertido en sus hogares. Viviendas de las que fueron desalojadas el lunes por la mañana temprano. Sin previo aviso. Pero así lo marca una ley que en muchas ocasiones se muestra inmisericorde con aquellos que en peor situación se encuentran.

«Allí vivíamos amargadas, pero al menos teníamos un techo», explica Elisa Catalán refiriéndose al número 37 de la calle San Juan donde ha vivido el último año y medio. Este martes despertaba junto a su hijo Elías, de dos años, en una cama que no era la suya. Y desayunaba con su imagen en las portadas de la prensa local.

«Me ha impactado mucho verme en las fotos», aseguraba con tristeza. Una impresión que también compartía Vanessa Vento: «Me ha dado mucha pena verme en los periódicos, me he puesto muy nerviosa».

La aciaga jornada del lunes está grabada en sus retinas, en sus cabezas y en sus corazones. También en los de Olga Toledano, la tercera afectada por el desalojo. Durante estos días las tres vuelven a ser vecinas, pero en otras condiciones a las de hace apenas 72 horas, con un plus de incertidumbre añadido, si cabe, de cara al futuro.

Vanessa comenta que la primera noche en la pensión la ha pasado «muy inquieta, extrañando la que era mi casa. Lo he notado yo y lo han notado mis hijos, que no se durmieron hasta la una de la madrugada». La llegada al hostal se convirtió en todo un acontecimiento para sus dos pequeños, sobre todo para Miguel, de 8 años, que inspeccionó cada rincón de su nueva habitación. «¡Mamá, tenemos un grifo en el cuarto de baño!», se sorprendía. Y le preguntaba a su madre, «¿mamá, qué nos han regalado una casita nueva por mi santo?».

«Cuando llegamos a la pensión la noche del lunes no teníamos nada para cenar, pero el dueño se ha portado muy bien con nosotras. Nos dio algo para comer y algunas chucherías para los niños», explicaba Vanessa. «Es verdad que nos han tratado muy bien, aunque aquí no tenemos nada para calentar la comida a los niños, ni siquiera un microondas», añadía Elisa, que echó parte del martes junto a sus compañeras visitando varias inmobiliarias de la ciudad. «Hemos estado toda la mañana de arriba para abajo por las inmobiliarias. Nos han atendido muy bien y nos han dado muchas esperanzas de encontrar un alquiler. A ver qué pasa», explica.

Elisa comentaba que «me ha dado un vuelco en el estómago cuando he pasado por la calle en la que estaba mi casa. Hasta mi hijo me decía que nos fuéramos para adentro, que quería irse para su casa». Ocurrió cuando se dirigían al callejón Osorio, donde se encuentra la sede de la Fundación Dora Reyes, a donde acudían para pedir leche y galletas para los niños.

«Ha sido un día largo y con altibajos», reconocían. «No nos ha dado tiempo ni de pasarnos por el Ayuntamiento para averiguar dónde están nuestras cosas y poder recogerlas». Esta será su primera tarea de una nueva jornada, recuperar unas pertenencias que un vehículo municipal les ayudó a transportar cuando se produjo el desalojo.

Este miércoles seguirán pateándose Cádiz a ver si con suerte encuentran pronto una vivienda de alquiler que se convierta en su nuevo hogar. Para ello, el Ayuntamiento se ha comprometido a ofrecerles una ayuda económica para poder afrontar el pago de la renta, un apoyo que podría alcanzar hasta el 90% del alquiler.

La búsqueda continúa, siempre con el próximo 7 de octubre al acecho, tras sus pies, pues esa es la fecha en la que finalizan los diez días que pueden permanecer en la pensión. Una pensión que está a apenas 200 metros de las casas que okupaban y de las que fueron desalojadas el lunes por la mañana temprano.

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