OPINIÓN

Desde mi ventana

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Mi ventana está orientada al levante. Por ella, cada mañana, la tibieza del sol dispone el orden de las cosas. Cuando llega el atardecer mirar por ella me sirve de bálsamo, antes de que empiece a oscurecer la luna lunera se cuela en todas sus plateadas formas. Esta ventana no es digital, no tiene opciones de cortar y pegar, no permite arrastrarla al escritorio, no tiene memoria ni capacidad de megabytes, ni si quiera tiene un icono propio. No hay que buscarle más cualidades, es como cualquier ventana, un rectángulo a través del cual se ve el mundo, el universo más cercano al alcance de la mano, o eso parece.

Por mi ventana veo pasar el tiempo en forma de estaciones. El húmedo y suavón invierno gaditano, la primavera serrana que se aposenta en el Torreón en forma de horizonte y a la que ponen sonido las bandadas de estorninos, el verano mañanero con trizas de levante seco y de poniente de rebeca, y el otoño de aquí, esa benigna prolongación del estío que se eterniza.

Desde mi ventana veo infraestructuras en plena ejecución. Que no son del todo necesarias, que se ralentizan al amparo de los recortes presupuestarios. Veo grúas que dan miedo por su altura y fantasmagórica soledad. Monumento de lo que pudo ser y no fue. Desde mi ventana ya no se escuchan las sirenas que avisaban de que una nueva jornada de trabajo se iniciaba en nuestra industria naval. No se escuchan los atronadores ruidos de esas planchas de acero que se apilaban al relente, ni se ve el fulgor de los sopletes que destellaban en la oscuridad. Es como si el silencio y el vacío se hubiese apoderado de los diques y careneros. Desde ella veo el desmantelamiento de la educación pública. Como se deja de invertir en lo público, como lo que ha sido de todos se deja languidecer hasta un final anunciado. Veo solares que fueron proyectos estrella de las diferentes administraciones y que ahora son pastos de la maleza y de los escombros, con un futuro incierto después de plazos incumplidos. Nadie se atreve a dar fechas. Ruinas que se arremolinan al socaire, en las que el levante juguetea con los rastrojos y los reparte sin miramientos por todo el vecindario. En esta isla, nada metafórica, hay más suelo del que el mercado está dispuesto a poner en utilidad.

Desde mi ventana veo la avanzadilla de las barquitas de la resistencia, las que nadan sobre pecios y cañones centenarios de gran calibre, esas que con una caña, un cebo y algo de aguaje intentan dar coba a la subsistencia.

Mi ventana es alta y me permite ciertas licencias.