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La madonna de brujas

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Quiso José Bretón, mi amigo y socio, viajar a Brujas al terminar nuestros quehaceres en Bruselas interesado en conocer la única obra crucial de Miguel Ángel que se encuentra fuera de Italia, que yo le había elogiado. Se da el caso que los Mouscrom, unos mercaderes flamencos, le encargaron a Buonarroti una ‘madonnina’ para venerarla en Brujas. Apenas terminó la Piedad del Vaticano, se puso a ello en 1501 y en 1504 la entregó en la Iglesia de Nuestra Señora de Brujas. Tiene tan solo un metro y veintitantos centímetros de portentosa belleza. Del mismo mármol que la Pietà, un níveo carrara, luce inmaculada en un adusto altar de mármoles jaspeados, pareciendo que estos comerciantes pujaron por ella para evitar que se llevara a Siena por rogatoria papal. Sobrecogen su enhiesto equilibrio y su modélico porte clásico.

Todas las grandes obras de arte son fruto de una magia ambiental, de una atmósfera, de una escolástica disciplinar, incluso para los autodidactas. Requiere de un ecosistema educado, que José Bretón interpretaba muy bien pese a no haber recibido una formación caracterizada por las sutilezas. Se había educado en las lonjas pesqueras en las que desde niño se ganó la vida y donde se bruñó su carácter de hombre honesto esculpido en una sola pieza. Un modelo de seriedad comercial que disfrutaba durante los viajes «robándole» unas horas al trabajo para ir a visitar los lugares que yo le aconsejaba. Viajar por ejemplo ‘ex profeso’ hasta Gante desde Bretaña para ver el Tríptico del Cordero de los Van Eyck.

La cultura es intuición magnética. Es un barrunto emocional y un anhelo psicosomático. Me hacía ver el otro día nuestra profunda y sagaz amiga Isabel Ardanaz que en Suiza el aprendizaje de la música y el canto son un derecho constitucional, lo que nos parece un prodigio de la sensatez del Estado que bien conoce que un ciudadano disciplinado desde la infancia por las pautas armónicas de la belleza musical, será un pulcro contribuyente. Esa percepción es propia de los Estados en los que la Reforma Luterana se consolidó como cauce moral más que como horma confesional, en algunos casos intensivamente como en la Suiza de Calvino y el radical Zuinglio.

La educación es fruto de una atmósfera de fragancia integral, de una necesidad intuitiva de la belleza. El ‘puukko’, del diseñador finlandés Tapio Wirkkala, es mucho más que un cuchillo. Responde a una plástica nacional, a una atmósfera educativa. Es un compendio de texturas y una equilibrada atracción por los pesos específicos. En los países nórdicos la sensibilidad es un hábito. La educación impera sobre la frustrante mediocridad y la tiranía lacerante del vandalismo. La belleza se difunde por ósmosis; transita de lo latente atmosférico a lo inmanente esencial. La educación humanística es un huerto arquitectónico.