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La bóveda plana

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La habilidad de armonizar la belleza con la necesidad, con la exigencia técnica, es propia de la arquitectura, claro es, ejercida ésta desde un compromiso extremo con la excelencia. Emociona analizar, aún cuando no se tengan conocimientos técnicos suficientes para pergeñar evaluaciones rigurosas, cómo el arquitecto ha resuelto un problema recurriendo al ingenio prodigioso de la matemática, de la física, de la ciencia y la paciencia de la reflexión. Esa habitual convocatoria a todas las ciencias aplicadas a modo de compendio, convierte a la arquitectura en el arte del cálculo armónico.

De entre los muchos ejercicios ingeniosos acometidos por la arquitectura, me llama especialmente la atención el modelo de bóveda plana, más aún teniendo en Cádiz un ejemplo notorio de aplicación de ese recurso. La bóveda plana de la cripta de nuestra catedral, la nueva, calculada con maestría por el arquitecto Acero, roza el portento, siendo más grande que la emblemática bóveda plana del sotacoro del Monasterio de El Escorial y, además, no estando afianzada por un sillar clave central. En defensa objetiva de Herrera ha de convenirse que median unos doscientos años entre ambos cálculos, no conociéndose, al menos por mi parte, actuaciones similares anteriores a la escurialense, modelo de prodigios arquitectónicos del siglo XVI.

En esencia, como en el sotacoro del Monasterio de San Lorenzo, se recurre a la bóveda plana para ganar espacios aliviando cargas y volúmenes, utilizando con enorme austeridad solemne y con gesto humilde y sigiloso el diseño de los sillares, de las dovelas, de los arcos rebajados, de las pechinas, para ir encaramando la pirueta de la piedra hasta el remate del sillar clave, en este caso dos circulares separados por una junta diametral, comprimidos por el milagro plástico de siete anillos de dovelas aposentados sobre cuatro arcos rebajados magistrales. Felipe II exigía más espacio para albergar a mayor número de frailes canoros y el genio de Herrera recurre a esta modélica bóveda plana para aportar una solución estética a esa complicada exigencia.

Hagan la prueba de visitar la cripta gaditana, donde entre otros reposan los restos de los eméritos connaturales Falla y Pemán, como bien saben, y percibirán un cierto magnetismo al situarse bajo el centro de su bóveda plana, una especie de presión psicoespacial, un pellizco esotérico, ocasionado por la incredulidad debida al generalizado desconocimiento de los dones de las ciencias exactas. Menos mal, que uno puede aliviar el escozor de la ignorancia atribuyéndole al conocimiento sustantivo caracteres de milagro inescrutable. Pero lo cierto es que el contrasentido, la paradoja que supone el que una bóveda sea plana, orla el misterio y emociona.

Así debiera acontecer con las ciencias morales y sociales, con la cultura y la educación, que sorprendiera su uso conciliador y cultivado, su aroma de justicia. Su pujanza armónica e ilustradora omnipresencia como rango categórico. Sus dictados sistémicos.