opinión

Trae cola

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Dice en su twitter Juan Carlos Aragón que le preocupa enormemente el exceso de expectación que genera año tras año su comparsa. «Para cantar y escuchar hay que tener el corazón caliente y la mente fría», argumenta, y es que parece que en esto del Carnaval sobran fanáticos y hace falta sentido común. Si no no se entiende, sin temor a repetir lo de todos los años, que se generen esas colas en los alrededores del Falla, (la foto la sacamos todos los periódicos por estas fechas) para pagar por una entrada de la sesión en la que debuta el ídolo de turno. Y eso que se puede ver por televisión, escuchar por la radio o leer en directo a través de las redes sociales y las webs.

Cada loco con su locura. No seré yo quien critique una afición, aunque, como el Capitán Veneno, me alerte ante situaciones que rayan el fundamentalismo. En estos casos lo peor que puede pasar es la decepción artística, el abucheo o las guerrillas dialécticas entre fans y detractores. Pero no sería la primera vez que una admiración mal canalizada, por tratar de definir a estas fiebres, tiñen de pena lo que nació como alegría. El fútbol nos ha dado tristes ejemplos. No hay que alcanzar esos límites para interpretar que lo que pasa cada invierno en la plaza Fragela o en internet es para muchos y en sí, una desgracia. Que hay que divertirse y ser feliz, por supuesto. Que cada uno emplea su tiempo y gasta su dinero en lo que le sale del alma, por descontado. Si el que sea quiere llevar al paroxismo sus gustos y aficiones no se puede juzgar.

Pero si digo que para muchos ciudadanos la escena que se dibuja en las inmediaciones del teatro de los ladrillos coloraos es lamentable es porque últimamente se ha escuchado esa crítica más que los pasodobles de uno de esos ‘pelotazos’ del concurso. Desgarra darse cuenta de que la ciudad está dormida y que solo se desvela para luchar por un trozo de papel que lleva al Paraíso local. Duele apreciar que los jóvenes debaten a muerte la calidad o no de una comparsa y no son capaces de mantener una conversación sobre política, por ejemplo. Irrita saber que el mismo que se aprovecha de un comedor social derrocha en una entrada para el COAC. Y claro, como no somos nadie para juzgar y menos aún sentenciar, solo nos queda el derecho al pataleo.