Bye, Mr. Doce

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Hay años que terminan sin más pena ni gloria que la de pasar totalmente desapercibidos en el calendario y aunque a veces, en pleno ataque de memoria histórica uno intenta recordarlos, no puede. ¿Qué pasó en mil novecientos ochenta y… o en dos mil…? Otros años, sin embargo, se ganan a pulso su pase a la final de ‘El año que vivimos peligrosamente’ o a ‘Los mejores años de nuestra vida’ y queda sellada para siempre una alianza entre ellos y la historia. El año de las Olimpiadas, el del 23-F, el año que murió Manolete, el de la gripe A…. sigan, sigan, que hay años para todos los gustos. Este que se va pertenece a la segunda categoría, la de esos años que recordarán generaciones enteras. Tal vez porque intuimos que este año que se va no ha sido más que el principio del descenso hacia los infiernos.

Dos huelgas generales, cinco citas electorales, recortes, desahucios, despidos y cinco millones de parados han acompañado a 2012 en el reparto del peor año de nuestra historia reciente. Un año que comenzó de manera premonitoria con el naufragio del Costa Concordia y su capitán Schettino saliendo del barco como las ratas. Y que continuó con el ‘juicio final’ de Camps y sus vestiditos, con el Rey pidiendo perdón –«no lo haré más»– después de cazar elefantes en un país que ni sabíamos que existía y con el copago sanitario que no supimos interpretar en un primer momento pero que se ha convertido en ‘leitmotiv’ de la película ‘Ahora pagas tú’. Un año en el que nos explicaron qué eran los bancos malos y en el que siempre estuvimos al borde del rescate, en el que comprendimos que entre la trama china y Eurovegas hay un peligroso camino por el que pueden perderse muchos derechos –si es que nos quedan algunos–. Un año en el que ganamos la Eurocopa pero subieron el IVA, quitaron la paga extraordinaria y hubo más cargas policiales que de costumbre. Un año en el que Borja puso de manifiesto que un mamarracho puede llegar a ser una obra de arte. En el que un tío se tiró desde la estratosfera y no le pasó nada y cinco jóvenes fueron a una fiesta y ya no volvieron a casa. El año del decreto, el año del riesgo, el año de Wert y sus reformas, el año del intento de independencia catalana, el año en el que se fueron Carrillo y Fraga, terminando para siempre la reposición de capítulos pasados. Sí. Costará –si es que lo conseguimos– olvidar este año. O recordarlo por algo bueno.

El año del Bicentenario, dirá usted. Como si nuestros cinco minutos de fama, nuestro diminuto papel de extra en la película nos valiera un Oscar. Aunque lo dice, reconózcalo, sin mucho convencimiento y con la boca pequeña. Porque ya casi ni se acordaba de aquellos días de marzo y escarapela que nos marcaron para la gloria. Una gloria que acabó pronto porque no era de verdad. Ni puente, ni hospital, ni ‘ná de ná’. Pero en fin. En su reelección, Obama dijo que lo mejor estaba por venir. Quién sabe. A lo mejor el 13 es nuestro número de la suerte. De momento, Váyase señor Doce, que aquí ya está de más.