hoja roja

La cuenta atrás

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Por si sí o por si no, anda usted barajando la posibilidad de que a este mundo le queden dos telediarios, como dicen los mayas. No es que se haya convertido en un ‘preparacionista’ yanki de los que llevan meses guardando semillas, medicamentos y oro por si el fin del mundo se olvida de ellos, pero sí que se ha dado cuenta de que esa leche derramada que ve por todas partes no es otra que la que hasta hace muy poco llevábamos tan contentos en el cántaro de la fortuna. ¿Se acuerda? Cuando, como la lechera de la fábula, pensaba que con la leche compraría huevos que darían pollitos que se harían gallinas, y compraría un cerdo que le daría jamón y una vaca… y sería rico, tan rico que podría vivir sin preocuparse de nada más que de administrar su suerte y de atar a los perros con longaniza. No calculó bien la trayectoria del viento y como castillos de naipes fueron cayendo uno tras otro sus sueños. Sabe usted, porque lo ha dicho la NASA –que parece la Sibila de Cumas–, y porque el cuento de Pedro y el lobo fue uno de los primeros que aprendió, que lo del calendario maya ha sido un –otro más– malentendido, que ni existe el planeta Nibiru, ni hay un complot de los gobiernos –¿seguro?–, ni habrá alineación cósmica, ni los polos de la Tierra se invertirán el viernes que viene.

Vale. Pero también sabe usted, mejor que nadie, que el mundo tal y como lo conocía ha llegado a su fin. Que no hace faltan profetas ni oráculos, que no son necesarias más señales, porque, efectivamente, ha comenzado la cuenta atrás. Hay quien dice que este apocalipsis comenzó con el cambio de milenio, o con la elección del primer presidente negro en los USA, o con el ‘tsunami’ de Indonesia, o con la guerra de Irak… quién sabe. Tal vez comenzó cuando dejamos de tener conciencia de que formamos parte de una cadena y nos entregamos a los placeres de dilapidar la herencia –la herencia, parezco Rajoy– que nos dejaron nuestros antepasados, como cigarras, como fervientes romeros del aquí y el ahora, sin pensar en un mañana. Sí. Ahí empezó ‘The Final Countdown’. Fuimos nosotros mismos quienes destrozamos el calendario y pusimos fecha al fin del mundo. Viviendo por encima de nuestras posibilidades, votando a quienes no debimos, jugando al monopoly con la Banca –que siempre gana– y olvidando que las calabazas solo se convierten en carroza en los cuentos de hadas.

Dice Mitzi Adams –que debe ser como el ‘Dr. Grijandemor’, pero de la NASA– que no hay que temer al cielo, porque «la mayor amenaza para la Tierra es la propia especie humana». A buenas horas, mangas verdes.

Por si sí o por si no, piénselo. Se acabó el mundo conocido y llega el por conocer. No sabemos si nos irá mejor, o peor, nadie lo sabe. Por si sí o por si no, disfrute. No vaya a ser que nos queden seis días.