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'In intinere'

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De nacer y morir en una misma casa, en un mismo pueblo, de ser originarios de un afecto tribal, de un trenzado tejido de amores, de un amasijo de vigilancias que te han visto crecer, que te han tutelado y enseñado a abrazar, o sea, del hecho de existir a la antigua, pueblerina y saludablemente, hemos pasado a ser anodinos modernos. Modernos dinámicos, modernos en marcha, itinerantes, informatizados, vinculados a las redes sociales. ¡Modernos en acción! Urbanitas a la moda. Hemos conseguido con gran éxito comunicarnos con una celeridad estelar, con una eficacia rutilante. Ya somos capaces de enterarnos inmediatamente, por esa blasfemia científica del tiempo real, de cualquier estupidez. El logro es sustantivo, ya que a esa capacidad de reflexión itinerante se está consiguiendo que prolifere un tipo de idiota neológico de gran modernidad y de una gran expansión territorial. Un idiota ‘de luxe’, un ciber-idiota que orgulloso transita por la necedad más conspicua con la desenvoltura de un airoso danzarín.

Ha habido, y éste es otro gran logro de la modernización, del progresismo, una deriva fructuosa de la impudicia, de tal forma que no sólo resulta imprescindible que se sepa lo que haces en cada momento, sino que ese nivel de información sea lo más impúdico posible. O sea, que se sepa con rapidez, con la mayor diligencia, que estás realizando en este preciso momento una precisa estupidez, mas no sólo eso, sino que te complace que se sepa que no te afecta el que quede clara constancia desnuda de que eres un necio. Se ha puesto en marcha el modelo de cráneo social en nube, de limbo huero, empecinado en transmitir simplezas. Todas las noticias han de ser malas, todas las críticas han de ser ácidas, mejor aún groseras. El acto inculto, mola.

De entre los hermosos localismos del habla gaditana, destaca para mí con especial fulgor, el apelativo de ‘carajote’. Vocablo magistral que cataloga a un idiota profesional, o sea, a un idiota voluntario, un cretino con iniciativa, con opinión, y, además, aspirante a la notoriedad de la palestra. Más aún en estos tiempos en los que hemos alcanzado la cota del carajote ‘in itinere’, dinámico, moderno, vinculado a las redes sociales, que utilizando los trenes meteóricos y los puentes aéreos, atraviesa Europa en zigzag ejerciendo de propagandistas del carajotismo ‘on line’ ejecutivo, afiliado a corrientes del pensamiento político europeísta o antieuropeista según sople el viento, capaces algunos de solicitar refugio legal y normativo a las cámaras transnacionales, por si España decidiera atacarles bayoneta en ristre, para asfixiar sus anhelos de palurdos soberanismos medievales. El de unos pocos manipuladores. Pero el amor de la Nación Española a Cataluña, el similar amor que siente por Euskadi, es magnánimo e indulgente, que olvida pronto la ofensa del macaco resabiado.