opinión

El infante bajo sospecha

A la Monarquía le ha brotado un escándalo corrosivo con su lucrativa sociedad sin ánimo de lucro

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A Urdangarin en la prensa le llaman incluso Excelencia, y a José Blanco, de común Pepiño, le llaman estos días Pepito Gasolinas. Algo no encaja. A saber si lo inquietante es llamar Excelencia al declinante príncipe azul o Pepito Gasolinas a un ministro del Reino aún bajo sospecha; pero chirría el trato diferenciado, entre la paletada habitual de ácido sulfúrico para un dirigente político, cualquiera que sea, y la genuflexión retórica a la Casa Real, con esa pátina babosa como la que parece mantener siempre lustrosos el parqué y los sillones de piel de algunos despachos. La Monarquía ha disfrutado siempre de un trato preferente que lo mismo podía servir para un revolcón en una estación de esquí o un traspié en las Torres Kio, nada que no se pudiera arreglar con unas muletas y un adjetivo. Ahora dice el fiscal, ‘excusatio non petita’, que Urdangarin no va a tener ‘trato diferenciado’. No ha leído a Lakoff. Si el fiscal sale con eso, el tema es ya el trato diferenciado.

Lo de Urdangarin no llamaría la atención en otros países donde cada vez que se escribe un apellido, aun sin sangre azul, va precedido respetuosamente de Mr o Ms quién sea; pero no cuela en el estándar español, donde hay barra libre para la metralla tipográfica. Aquí resulta sospechosamente palaciego. Si hay un lugar donde el insulto no ha sido elevado a una de las bellas artes, como querría Thomas de Quincey, es este. La crítica en España suele ser ‘ad hominem’ y descarnada; sazonada con vinagre como observaba el alterego de Machado. Es parte de nuestro ADN. Recientemente se ha publicado ‘Las mil frases más feroces de la derecha de la caverna’ con un catálogo de invectivas negro sobre blanco, hasta llamar cerda a una ministra, o canalla y perturbado al presidente. Aunque en la prensa de derecha sea tradición, seguro que podría hacerse una versión de la izquierda. Así que en esta jungla de papel, el trato a Urdangarin parece de príncipe Disney.

El Duque de Palma, mejor llamado Duque de Palma Arena por la mina de Matas, está bajo sospecha de enriquecimiento ilícito. Quizá nadie podía esperar esto del príncipe azul de Zumárraga, pero a la Monarquía le ha brotado un escándalo corrosivo con su lucrativa sociedad sin ánimo de lucro. Sus actividades fantasmas le reportaban beneficios pingües; y el rollo de alquimista capaz de convertir la nada en oro no cuela. Es un asunto feo, y la presunción de inocencia no es un velo, sobre todo cuando Anticorrupción maneja uno de eso ‘packs’ postburbuja del ladrillo con fraude a la Administración, prevaricación, falsedad documental y malversación de caudales públicos. Con él no va lo de clamar ¡dimisión! ¡dimisión! pero suena a pavana para un infante difunto.