Castillo de Neuschwanstein.
UNA LUPA SOBRE LA HISTORIA

El rey loco

Luis II de Baviera pasó su vida envuelto en un mundo de fantasía que hizo realidad a través de dos de las construcciones más famosas de Alemania

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Mirando una serie de pinturas de personajes del siglo XIX, me tropecé con el retrato de un rey bávaro que calzaba unas botas altas, como las que ahora están de moda.

En aquella pintura, el rey estaba vestido con uniforme militar, capa de armiño, guerrera con charretera, calzas blancas, botas de cuero negro hasta medio muslo y lucía el collar de la Orden del Toisón de Oro al cuello.

Al ver aquel calzado en un personaje de hace siglo y medio, comprendí que esta moda que ahora lucen las jóvenes altas y de piernas bonitas, había sido rescatado del olvido. Me parecía sorprendente que aquel rey hubiese llevado un calzado que 150 años después volvía a estar en la calle.

Indagando sobre aquel personaje que ya había despertado mi curiosidad, averigüé que se trataba de Luis II de Baviera, conocido como 'El Rey Loco', un extraño personaje cuya historia es digna de ser contada.

Nacido el 25 de agosto de 1845, fue el hijo primogénito de Maximiliano II, y de María de Prusia. En aquella época, tanto Baviera como Prusia eran dos estados jóvenes, localizados en el centro-norte de Europa que, además, tuvieron una vida efímera.

Baviera fue independiente desde 1806 hasta 1918, cuando el reino se disolvió tras la Primera Guerra Mundial, y Prusia, desde un siglo antes hasta la misma fecha. La capital de Baviera era Múnich, que sigue siendo la capital del Estado Federado de la República Germana.

La inesperada muerte de Maximiliano II en 1864, convirtió al joven Luis en rey a la edad de 18 años, algo para lo que no estaba preparado.

Como todos los vástagos de las dinastías europeas, había sido educado rígidamente, sometido a un régimen de estudios y ejercicios muy severo, pero tremendamente consentido en otros aspectos, lo que, según sus biógrafos, le acarreó un comportamiento excéntrico, veleidoso, que le valió al final de su vida además del calificativo con el que pasó a la historia, la inhabilitación médica para gobernar.

Su vida se caracterizó por las amistades que hizo con jóvenes de su mismo sexo, como el príncipe Paul de Thurn y Taxis, nombrado su ayudante de campo y con el que vivió una intensa relación amorosa -así se desprende de la correspondencia que se ha podido conservar-, que comenzó a deteriorarse cuando éste empezó a interesarse por las mujeres.

Quizás para dar celos a su querido amigo, Luis se prometió en matrimonio con su prima Sofía a la vez que empezó una amistad muy íntima con Isabel, 'Sissí', hermana mayor de Sofía.

Cuando accedió al trono tenía ideas absolutistas, pero, poco a poco, su vitalidad gobernante fue perdiendo fuerza hasta convertirse en un rey abúlico retirado de toda vida política. Se fue a vivir a un precioso castillo al que obligaba a acudir a sus ministros cuando requerían su intervención.

Atormentado interiormente, mantuvo durante toda su vida una lucha contra sus emociones, según se desprende de un diario que comenzó a escribir en 1869 y en el que se acusaba de sentimientos contrarios al dogma católico en el que había sido criado.

Sus relaciones sentimentales con hombres, llevadas mucho más allá de lo que pudiera ser una amistad -como la que mantuvo durante años con el caballerizo de la casa real, con un actor húngaro llamado Kainz, con el cortesano Alfons Weber, además de con el ya mencionado príncipe Thurn-, delatan, para los estudiosos de la personalidad de este rey su condición de homosexual.

Los expertos que han analizado la historia de este monarca han llegado a la conclusión clínica de que era una persona que vivía en un permanente «cuento de hadas». Su padre fue amigo íntimo y admirador de Hans Cristian Andersen, autor de cuentos como 'El Patito Feo' o 'El Soldadito de Plomo' y muchos más, además el famoso escritor danés pasaba largas temporadas conviviendo con la familia real bávara. Esa inmersión en un mundo mágico e irreal fue determinante en la vida de Luis de Baviera, que encontraba en su interior la fantasía necesaria para diseñar y construir los castillos por los que, fundamentalmente, ha pasado a la historia.

Había nacido en el castillo de Nymphemburg, un palacio inmenso, de estilo barroco, construido a las afueras de Múnich, residencia de verano de la familia real bávara desde un siglo atrás. Su infancia y juventud transcurrió en el castillo de Hohenschwangau, nombre impronunciable para un palacio de ensueño que construyó su padre en los Alpes Bávaros.

En 1866, cuando ya ni los castillos ni las fortalezas tenían la justificación militar o estratégica, que habían sido las causas de sus edificaciones, mandó construir, en un lugar llamado Füssen muy cerca de la frontera con Austria, un castillo de estilo neogótico que originariamente se conoció como Nuevo Hohenschwangau. Este castillo, tras la muerte del rey, fue vendido al Estado de Baviera que cambió el nombre por el de Neuschwanstein.

Se trata, sin lugar a dudas de unos de los más bellos castillos jamás construidos, con cierta similitud, aunque muy lejana, con el Alcázar de Segovia y que está edificado sobre una mole de piedra que contribuye a darle ese aspecto de lugar encantado. El castillo participó en el concurso celebrado recientemente en el que se trataba de elegir las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, quedando finalista junto con la Alhambra de Granada, la Estatua de la Libertad, o la Torre Eiffel. El lugar concita una gran atracción turística y se ha convertido en el monumento más fotografiado de Alemania.

Su mejor construcción

Pero no sació aquel castillo ni la imaginación, ni el afán de evadirse que inspiraban al rey. Entonces, en 1874, mandó construir un nuevo palacio, más pequeño, en relación a los gustos del rey y resultó ser el único que al final de su vida viera terminado. De estilo rococó, el palacete de Lindehorf, de una gran belleza, tiene clara influencia del palacio de Versalles, aunque denota la inspiración y el toque personal del monarca.

Al contrario de lo que se pueda suponer, tampoco aquel palacio satisfizo totalmente al veleidoso soberano que en 1878, cuatro años después, comenzó la construcción del que sería su más bella obra, el palacio de Herrenchiemsse, una maravilla arquitectónica en una de las islas del lago Chiemsse que tiene aún más influencia versallesca que el anterior y, para algunos doctos en Historia del Arte, muy superior al palacio que quiere imitar.

Lamentablemente, el rey, que seguía con verdadera devoción la construcción de aquel castillo, debió de perder la poca cordura que le quedaba en el largo proceso de edificación que duró siete años y, a los nueve días de instalarse, fue declarado loco e internado en una clínica mental a orillas del lago Starnberg, con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide. En aquel establecimiento psiquiátrico, atendido por el doctor Gudden, pasó sus últimos días.

La tarde del 13 de junio de 1886, pidió a su médico que le acompañara a pasear por la orilla del lago y ordenó a los guardias que no le siguieran porque, en los últimos tiempos, había dado muestras de una mejoría que se fortalecía con la confianza que el médico depositaba en él. Los dos hombres marcharon a pasear y no regresaron. Las operaciones de búsqueda se iniciaron de inmediato y a punto de terminar aquel funesto día, fueron encontrados los cuerpos flotando en las aguas del lago. Aquellas muertes levantaron muchas sospechas, pues Luis era un buen nadador y el doctor Gudden carecía de motivaciones para quitarse la vida.

Suicidio, concluyó la investigación realizada, pero muchos se preguntaron ¿de los dos?

Luis, el último Gran Rey de Europa, como a su muerte alguien lo definió, se había convertido en una persona atormentada, misántropo e incapaz de gobernar: un verdadero estorbo en un estado moderno que pretendía formar parte del sueño teutón de unificar todos los reinos fragmentados de Alemania.

Analizando sus construcciones con mucho detenimiento y con la ayuda de expertos en el comportamiento humano, se ha llegado a la conclusión de que no son obras de una mente enferma, sino muy clara y juiciosa quizás excesivamente influenciada por un cierto infantilismo, pero no de una persona incapaz de tomar decisiones, incluso de gobernar.

La pregunta sigue en el aire.