la hoja roja

Abriendo puertas

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Lo de las puertas es algo curioso. Ni siquiera hay consenso en la RAE a la hora de dar una definición de su significado, porque mientras la primera acepción incide en el concepto de apertura y de tránsito «apertura de un muro diseñada y construida para permitir el paso», la tercera refuerza el sentido de cerrado y de salida «armazón de madera, hierro u otra materia asegurada por el otro lado con llave, cerrojo u otro instrumento sirve para impedir la entrada…». Sí. Definitivamente el diccionario de la lengua española nunca dejará de sorprendernos ni de reafirmar la dualidad del pensamiento humano, esa imperceptible marca genética que nos inclina a ver la botella medio llena o medio vacía según nos convenga. Las puertas sirven para entrar o para salir, para abrir el paso o para cerrarlo a cal y canto. Ya se lo advirtió el picaporte a Alicia en el país de las maravillas cuando pretendía traspasar una de las miles de puertas que se encontró en el camino : «Eres demasiado grande. Impasable», «Dirá usted imposible»; «No, impasable. Nada es imposible».

Demasiado optimista lo del nada es imposible, sobre todo en los tiempos que corren en los que a la botella le quedan dos deditos. Y no es derrotismo, ni pesimismo, ni mal agüero, ni siquiera ganas de fastidiar. Es simplemente poner en práctica aquello que nos decía Calderón, recuerde, lo de que todo depende del cristal con que se mire. Y hace tanto que no abrimos ni limpiamos las ventanas que los cristales nos impiden ver más allá de nuestras narices. Es lo que tiene ver nuestro propio reflejo, que todos pensamos que ahí fuera hay más de lo mismo. Y no es así.

Se quejaban esta semana los hoteleros –cuando no son ellos, son sus colegas de la hostelería, el caso es quejarse– de que muchos de sus locales aún no habían recibido información relativa a las actividades relacionadas con el Bicentenario que se van a celebrar en apenas seis meses y que, por tanto, tampoco podían informar a sus clientes de una forma clara y precisa. Es más, la mayoría de los hoteles creen que no habrá más movimiento de turistas con motivo del aniversario de la Constitución porque hay una escasa promoción al respecto, como demuestran las declaraciones de los veraneantes que se muestran ajenos por completo a la celebración. No hay publicidad suficiente, ni folletos, ni un ‘merchandising’ –insisto, por si acaso– que llevarse a la mochila cuando se van de aquí. ¿Qué hay un Bicentenario? Pues muy bien, hasta otra.

Eso es lo malo de estar siempre mirándose en el ombligo, que el ombligo no es la bola de cristal, ni siquiera el espejito mágico y por eso nos confunde. Y nos pensamos que nuestro cántaro es tan resistente que nunca se parte y vendemos la piel del oso antes de cazarla y jugamos a ver hormigas atareadas pasar por nuestro lado, mientras seguimos cantando como cigarras. Ya está bien. Que nos quedan seis meses, pero tenemos que estudiar un temario tan amplio que no sé yo si llegaremos al primer examen con la lección aprendida o nos veremos obligados a copiar y a improvisar, como siempre.

Tuvimos la semana pasada un ensayo con los Días de la Diócesis (DED) y con el vía crucis. Sí. Ahora dirá usted que menuda tontería, que si los capillitas, que si el papa, que si lo que montaron con la cera, que si tanta misa, que si menudo rollo lo del rosario de la aurora cortando el tráfico, que si esto y que si lo otro. Pero quizá no se ha parado usted a pensar o a mirar más allá porque se lo impide la suciedad de sus cristales. Llegaron novecientos jóvenes a esta ciudad –la mayoría de Hispanoamérica, lo digo por si sirve de algo–, durante cuatro días estuvieron conviviendo con gente de aquí, visitando lo que podían –no todo estaba abierto– y escuchando topicazos trasnochados de nuestros políticos como aquello de «sois de una tierra muy bella pero muy pobre» –por si alguno no lo sabía ya–.

Llegaron después cincuenta mil personas para asistir al vía crucis, la mayoría de la provincia –los cinco autobuses de La Línea se hicieron notar bastante– con sus respectivos alcaldes, y no recibieron por parte de nuestro Ayuntamiento ni una acogida oficial, ni siquiera el saludo institucional de la alcaldesa, que no pudo asistir al acto porque coincidía con una de las actividades de esta intensa vida cultural gaditana a la que estamos tan acostumbrados. Cincuenta mil personas que llenaron bares, terrazas –los hosteleros, como siempre, decían que no era para tanto– que pasearon, que demostraron que nuestro futuro está ahí, en el turismo y que pusieron sobre la mesa de nuevo el plato que nadie quiere probar, ese que una y otra vez se nos repite que no estamos preparados para lo que viene.

Porque si viene la familia de visita a nuestra casa y no salimos a recibirlos y encima les decimos que no nos ensucien el salón porque no tenemos dinero para barrerlo, no quiero ni imaginar qué seremos capaces de hacer cuando nos visiten unos desconocidos. En fin. Es para pensarlo, lo de las puertas, digo. Que hay unas puertas que se abren y otras que se cierran, y que siempre nos tocan de estas últimas, de las impasables. Será por algo.