entrevista a máximo garcía padrós

«Los toreros son pacientes con una voluntad sobrehumana»

El histórico cirujano de Las Ventas cuenta los secretos de una especialidad que, cada verano, saca la medicina a lidiar con la muerte en las plazas de media España

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José Tomás lleva su sello en alguna de las ‘costuras’ que les dejan sus faenas de infarto. Y no es el único que ha pasado por sus manos. Como cirujano jefe de la plaza de Las Ventas y directivo de la Sociedad Española de Cirugía Taurina, este médico humilde y templado ha salvado la vida a decenas de toreros a lo largo de los 45 años que lleva viviendo la fiesta nacional desde la enfermería. Máximo García Padrós (Madrid, 1943), eminencia en la materia y querido en el mundo del toreo, cuenta los secretos de una especialidad que saca la medicina de los hospitales la durante el verano para sacarla a lidiar con la muerte en cada corrida.

–La cirugía taurina no es una especialidad como tal, pero tiene peculiaridades. ¿Cualquier cirujano puede atender a un herido por asta de toro?

Sí lo podría hacer cualquiera, pero no es lo mismo enfrentarse a una herida de asta de toro que de arma blanca. Es necesaria la experiencia para conocer cómo es la herida de un asta. No es como una navaja, que produce un corte limpio. El asta entra y realiza distintas trayectorias que desgarran por dentro el cuerpo en varios sentidos. Y eso hay que conocerlo para tratarlo.

–¿Es un torero un paciente diferente?

Son diferentes porque es una persona en buenas condiciones físicas, casi atletas. Por otro lado, una cornada supone un parón en su carrera y quiere volver al ruedo cuanto antes. Están muy mediatizados e influidos por la gente que le rodea y que depende de él. Pero lo cierto es que tienen una fuerza de voluntad increíble, sobrehumana. Salen al ruedo aún con los puntos de una operación y eso te da una idea de cómo son. Cualquiera está seis meses de baja por un accidente laboral, pero ellos nunca agotan el periodo de convalecencia.

–Cuando uno ve una cogida, da la impresión de que la gravedad no se corresponde con la actitud de entereza del torero. ¿Es algo físico o psicológico?

He asistido a cogidas en las que el torero se ha levantado después para terminar la faena y matar al toro. Y cuando han llegado a la enfermería les hemos tenido que dar un pronóstico grave. La gente se pregunta cómo es posible esto. Lo es: en el momento de la cogida están en una situación de estrés y sobrecarga emocional que le impide percibir la gravedad. El dolor no se siente en el momento por la adrenalina. Eso sí, cuando te ven llegar con una jeringuilla quieren salir corriendo. A casi todos les dan miedo las agujas. Hace muchos años se hizo un estudio del estado de salud de los toreros y el 80% estaba sin vacunar por esta fobia.

–Qué psicología más extraña...

Para ponerse delante de un toro hay que tener una psicología rara. Yo parto de esa base.

–¿A qué tipo de cornada le teme más?

Las del cuello, el cráneo y las cardiacas son las mortales. En el año 88 asistí al banderilleo de Joselito después de que le agarrara el toro por el cuello y le arrancara el paquete cardiovascular. Lo operamos en la enfermería, antes de ser trasladado al hospital y murió a los siete días. De haber sobrevivido hubiese quedado con secuelas tremendas. También viví otra cornada mortal en el corazón: la de El Coli. En el caso de los toreros, temen las fracturas porque esas sí les hacen perder la temporada.

–Su trayectoria le ha permitido ver la evolución de la asistencia médica en las plazas. ¿Cómo ha sido?

La cirugía taurina ha evolucionado al mismo tiempo que la cirugía general y la anestesia. Antes era tremendo trabajar con cloroformo. Las operaciones se tenían que hacer de forma muy rápida y eran muy peligrosas. Hasta que llegó la penicilina y se pudieron cerrar las heridas sin riesgo de infecciones. Antes de esto, los toreros tenían que curarse con las heridas abiertas: se dejaban con un tubo que echaba suero para lavarlas constantemente y así evitar infecciones. Con estos métodos, se perdía la temporada. Con los antibióticos, todo cambió. De ahí el monumento en Las Ventas a Fleming.

–¿Recuerda algún episodio que sea el ejemplo del cambio que han sufrido las enfermerías?

Ahora tenemos recursos suficientes. Siempre se nos ha dado todo lo que hemos pedido: por ejemplo, estamos estrenando un aparato de anestesia de última generación. Donde sí se aprecia el cambio es en la influencia de las escuelas taurinas. Los chavales de hoy saben latín. Les enseñan todo lo que hay que hacer y lo que no delante de un toro. Antes se aprendía a base de ‘cacharrazos’. Ahora saben cómo colocarse para evitarlos. Muchos toreros hablaban de 40 y 50 cornadas en su haber. Ahora, los que han estado en las escuelas han tenido muy pocas. Es el caso de Enrique Ponce.

–Si en la actualidad hubiese sufrido la cogida Manolete o Paquirrín, ¿habrían muerto?

El caso de Manolete se hizo lo que se podía en aquella época. Le pusieron sangre de tres personas distintas, sin tratar, de brazo a brazo... También hay que tener en cuenta las carreteras infernales de la época, clave para cualquier traslado. Esto último influyó en el caso de Paquirrín en Pozoblanco. Había que ver la carretera que había entonces para llegar a Córdoba. Ahora todo es diferente. En todo caso, yo creo que aquello sirvió para que en las plazas que no estaban dotadas tuviesen por obligación un quirófano móvil, con personal intensivo. Aquí, por ejemplo, hay tres anestesistas, tres cirujanos y tres traumatólogos que se van turnando para tener todas las horas cubiertas.

–Cuando ve la corrida, ¿está viendo a un posible paciente o la disfruta como aficionado?

Primero la veo como aficionado. De otro modo no podría dedicarme a esto. Pero la veo con un prisma distinto al aficionado que lo hace con un puro y un whisky. Yo miro cómo se pone el torero o cómo actúa el toro en todo momento. Tanto que a veces hasta llego a tener una premonición de las cogidas. Más que sentir tensión, estoy concentrado en los movimientos. En mi caso, veo la corrida en televisión dentro en la enfermería. Por ejemplo, con la cornada de Julio Aparicio del año pasado, nadie que estaba en las gradas o en el burladero se había dado cuenta de que el asta le había entrado por la garganta y salido por la boca. Pero yo lo vi en la tele en detalle y cuando llegaron ya estaba preparado.

–Cuando llegan estas situaciones de urgencia, en mitad de un espectáculo, ¿qué circunstancias se dan en la plaza que entorpecen la labor de los médicos?

En la enfermería las puertas se cierran y ya puede venir el padre del torero o el apoderado que nadie entra, excepto el personal sanitario. Hasta que no se termina la operación no salimos para dar el parte al juez de guardia, al delegado del Gobierno, a la empresa y a la prensa. Entonces hablamos con quien haga falta.

–¿Cómo se aísla el equipo de la presión del entorno y del hecho de tener a una estrella entre manos, como por ejemplo en el año 2008 a José Tomás?

Para nosotros debe ser una persona normal, como lo es José Tomás. A él la gente le otorga una aura de... (reflexiona). No sé. Hay que conocerlo. Él es una persona de lo más normal, un tipo encantador, simpático y nada encumbrado. Lo único malo que tiene es que es del Atleti...(bromea) Pero a él, como a todos, le tienes que tratar igual que a cualquier otra persona. Aunque es cierto que el factor espectáculo a veces te da problemas. Recuerdo la cogida de El Ruso (la imagen dio la vuelta al mundo porque el asta le entró por el ano), en la que hubo que hacerle una colostomía. ¡Todo el mundo se me echó encima! «Cómo se le puede hacer una colostomía», decían. Pues si lo necesitaba, había que hacerlo. Está descrito: si tienes una rotura de esfínteres, tienes que hacerla y dejar reposar durante meses. Eso sí, este señor salió al ruedo al mes con su colostomía. ¡Me dejó loco! Este caso, por ejemplo, se llevó a un congreso de Cirugía Taurina y fue una intervención muy aplaudida.

–¿Pero nunca le tiembla el pulso?

Esto no me pone nada nervioso. A mí la cirugía me relaja. Llevo muchos años y nunca he sentido angustia. Algún compañero sí lo lleva mal. Yo no. No sé si será inconsciencia...

–Se opera cómo se es, decía el cirujano jefe de la Monumental de Barcelona. ¿Cómo es García Padrós?

Lo nuestro es como operar en el escaparate del Corte Inglés, todo el mundo opina y te conoce. Pero no va con mi personalidad. Soy una persona normal.

–¿Ahora se opera mejor que nunca?

Sin duda. Tienes mejor cobertura de todo. También hay nueva legislación. En el año 99 se hizo un reglamento que puso todas las cosas en su sitio.

–¿Un buen cirujano taurino es una persona a la que íntimamente le hubiera gustado ser torero?

En los Congresos de Cirugía Taurina siempre sueltan una vaquilla y siempre hay algún compañero que se atreve. Y al final casi siempre da la nota. A mí, todo lo contrario. Personalmente, me da pavor.

–¿Le gusta más su profesión fuera o dentro de la plaza?

Es diferente. El torero no es un paciente al que sigues su trayectoria. Y la medicina fuera de la plaza te obliga a seguir estudiando, investigando y aprendiendo.

–Entonces, ¿su dedicación es solo pura afición?

Mucha gente me dice que vendría a la plaza a operar gratis e, incluso, pagando porque se creen que esto te da fama y relevancia a la hora de tener pacientes. Yo creo que están muy equivocados: la realidad es otra. Corrientemente, esto te quita más que te da.