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Pactos

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Vaya por delante que cuando escribo esta reflexión aún quedan varias horas para que comience la penúltima jornada de liga en Primera. No sé si Cristiano Ronaldo ha superado el registro goleador de Hugo Sánchez, si Guardiola se olvidó de la Liga para pensar en la Champions, si el Sporting le ganó al Rácing o si Valencia y Levante demostraron ser más hermanos que rivales. Lo único que sí sé a estas alturas es que Diego Forlán no se llevará un buen recuerdo del paso de Quique Sánchez Flores por el banquillo del Atlético de Madrid.

Como todos los años, cuando se acerca el final de competición, se alimenta la suspicacia, interesada en muchos casos, sobre el resultado final de ciertos partidos. Algunos aprovechan para postularse como los abanderados de la ética y se llevan las manos a la cabeza cuando se les habla del interés de uno o varios equipos en conseguir sus objetivos apelando a lo que se ha puesto de moda en denominar pactos de no agresión, ya sea por una o por ambas partes. Ya saben: aplicar el hoy por ti y mañana por mí o el ¡Virgencita, Virgencita, que me quede cómo estoy!

Comprendo que a los equipos damnificados con este tipo de estrategias no les hará ni pizca de gracia que otros ‘jueguen’ con su futuro, pero entiendo que esto forma parte también de la competición, como cuando los equipos que participan en torneos europeos dosifican a sus futbolistas entre febrero y abril, los más modestos reservan a sus ‘estrellas’ ante los grandes porque la semana siguiente tienen un partido más importante ante un rival directo o el calendario te sitúa un partido clave en una fecha que no te conviene demasiado.

Es imposible que la motivación, el compromiso y el rendimiento sea el mismo en todos los partidos, algo que se puede enjuiciar, pero nunca juzgar. Y es que no podemos olvidarnos que al fin y al cabo, y por mucho que les pese a algunos aficionados, el 99% de los clubes de fútbol no dejan de ser más que empresas deportivas. Y en los negocios ya se sabe que algunos no duda en pactar hasta con el diablo.