los lugares marcados

Parar el tiempo

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Hace unos días tuve la suerte de visitar una exposición muy completa sobre un fotógrafo francés cuya vida y oficio (porque comenzó a tomar fotos con ocho años) ocuparon desde los albores hasta casi el final del siglo XX. Se llamaba Jacques Henri Lartigue y estaba obsesionado con detener el tiempo. En sus fotos, la velocidad, el vuelo, el salto, la alegría, el amor o la belleza se encuentran detenidos por el breve disparo de la cámara, suspendidos en la luz, o más bien entre la luz y la sombra, en ese blanco y negro maravilloso que ya tan poco se utiliza en fotografía.

Detener el tiempo, crear la ilusión de que una sonrisa o una pirueta en el aire pueden conservarse como en el presente, inalterablemente perfectas, es la meta de todas las artes, en realidad, al menos de todas las artes en su sentido clásico. Porque la memoria es frágil y cada vez que recordamos desfiguramos aquello que pensamos recordar, añadiéndole en cada rememoración una capa de humo, personas como Lartigue, y otros poetas, y escritores, y pintores, dedicaron sus esfuerzos a conservar el instante tal como fue, tal como lo vieron. Loable tarea que no debemos considerar un capricho del alma o un antojo de personas desocupadas. No sólo porque el momento conservado como en ámbar para siempre sea hermoso también a nuestros ojos; no sólo porque nos contagie la emoción o el escalofrío, sino porque nos invita a hacer lo mismo. Las fotografías delicadas y personalísimas de Lartigue (si van por Madrid no se las pierdan, estarán en Caixa Fórum hasta el 19 de junio) les van a hacer plantearse cómo y hasta qué punto pueden también ustedes guardar la vida, sus vidas, en pequeños retratos, de papel, de luz o de palabras, para que, un siglo después, sigan respirando.