Sociedad

El partido que construyó una nación

Clint Eastwood rescata el encuentro entre Suráfrica y los All Blacks de 1995

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El libro de John Carlin cuenta así el ‘drop’ que aquel día de junio de 1995 convirtió al equipo surafricano de rugby en campeón de la Copa del Mundo derrotando a los invencibles guerreros neozelandeses. Carlin, londinense, colaborador del ‘Observer’, ‘The New York Times’ y ‘El País’, cede la palabra al apertura Joel Stransky cuya patada a los palos con el balón en juego contribuyó no sólo a aquella victoria increíble sino también a la construcción de un país que renació aquel día, Suráfrica: «Recibí el balón limpiamente y ejecuté un chute perfecto. Mantuvo su trayectoria. Giró como debía, sin desviarse. Y ni siquiera miré para saber si iba a atravesar los palos. Supe en cuanto se alejó de mi bota, que era un golpe demasiado bueno para fallar. Y me sentí exultante».

Y con él toda una nación. Al capitán del XV surafricano, aquel monumental ser humano llamado François Pineaar, un comentarista televisivo le preguntó cómo había sentido el apoyo de los 62.000 compatriotas que llenaban el estadio Ellis Park y él contestó: «No he notado el de 62.000 sino el de 43 millones de surafricanos». Cuando Mandela, vestido con los colores verde y oro que hasta aquel entonces ningún negro había vestido por ser símbolo de los blancos, de los temidos y odiados ‘afrikaaners’, le entregó la gran copa le felicitó así: «Gracias por lo que ha hecho por Suráfrica, François». El capitán respondió: «No, señor Presidente, gracias a usted por lo que ha hecho por nuestro país». El estadio retumbó coreando el nombre de Nelson Mandela.

Un himno, un manager

Atrás quedaba una fabulosa lucha contra el odio y por la reconciliación que tuvo al rugby como arma y herramienta. Esa lucha es narrada de forma épica y a la vez maravillosamente íntima por la película ‘Invictus’, que llega el día 29 a las pantallas españolas.

La película, con guión de Anthony Peckham, se vio por primera vez en Suráfrica el 9 de diciembre. Los espectadores lloraron, se emocionaron, y más de uno reconoció «Suráfrica fue hermosísima en aquellos días. Me alegra haber visto ‘Invictus’. Me devuelve la confianza en este país». Entre los estremecidos espectadores del filme de Eastwood se encontraba Anne Munnik. Ella fue quien enseñó a los rugbymen de la selección el himno nacional cantado en la lengua negra, en ‘xhosa’. En ella, la palabra ‘gora’ significa ‘valiente’. El himno se titula ‘Nkosi Sikele l´Afrique’. Es decir: ‘Dios bendiga África’. Al principio, muchos jugadores blancos se negaron a aprenderlo. Luego fue esa canción la que les daría fuerza para resistir la mítica danza ‘haka’ con la que los All Blacks desafían a sus rivales. Anne reivindica emocionada el papel que en esa historia de construcción nacional jugó el manager de los Springboks, Du Plessis: «Tenía una visión magnífica de la importancia de la selección para el futuro de nuestra nación».

El libro de Carlin se titula en inglés ‘Playing the Enemy, Mandela and the match that made a nation’. En castellano la portada reza: ‘El factor humano, Mandela y el partido que salvó una nación’. Mala adaptación pues una novela de Graham Greene ya se llama así y además, nunca será lo mismo hacer un país que salvarlo.

Más allá del título, su autor afirma en la página 17 que en esta historia de una Suráfrica recién salida de años y décadas de racismo y opresión unida para llevar en volandas a catorce blancos y un negro a ganar la Copa del Mundo, el detalle de que el equipo fuera de rugby resulta poco importante. «Si hubiera sucedido en China y el elemento dramático consistido en una carrera de búfalos de agua, el relato habría podido ser igualmente ejemplar. Porque era una gran historia y contenía una lección eterna».

Puede que Carlin tenga razón. O acaso no. En verdad, sólo pudo ser el rugby. El fútbol hasta hoy (veremos qué sucede en el Mundial del 2010, el balompié siempre ha sido al sur de África el juego amado por los desheredados negros de la fortuna) ha sido el deporte que todo dictador ha querido usar para su atroz beneficio.

Galeano lo recuerda en ‘El fútbol a sol y sombra’: «En 1970 el general Médici se apoderó de la victoria de Brasil. En el Mundial del 78, Videla hizo lo mismo con el triunfo de Argentina. Complació a Franco el gol de Marcelino a Rusia y Pinochet se proclamó presidente del Colo-Colo».

Testimonio de un ‘All Black’

No, tuvo que ser el rugby. Ya saben, ese ‘juego de villanos jugado por caballeros’. El atletismo no habría valido. Hitler utilizó los Juegos Olímpicos del 36 y sólo un negro veloz, Owens, le batió en las pistas. Recuerden Munich 72. Y las matanzas de México 68. Sin olvidar que China no es más libre después de los Juegos de 2008. No, tuvo que ser y fue el rugby. Ese juego que noqueó mentalmente al propio Eastwood.

Epi Taione, 17 veces internacional, recuerda que quien fuera Harry el Sucio no dejaba de admirarse al sentir la dureza de este deporte. Eastwood filmó las melés desde su interior colocando para ello la cámara sobre un lecho de madera y bajo una plataforma de cristal y no dejó de preguntarse por qué nadie llevaba protecciones como en el fútbol americano. Quizás porque el rugby sea algo más grande. Andrew Mehrtens, apertura de aquellos All Blacks del 95, exclama hoy con profunda elegancia: «Vi a Mandela entregar la Copa a los Springboks vestido con esa camiseta verde y oro que siempre había representado al apartheid. Noté que no sentía rencor hacia los blancos. Y supe que, aunque derrotados, los All Blacks habíamos vivido algo realmente inmenso, sublime».