Sociedad

Famosos en cueros

De sus manos han salido la mochila de Pocholo, un maletín para Botín, una bolsa de viaje para Armani,... Íñigo Herrerías es uno de los últimos baluartes de la artesanía en piel de España

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La vaca es su tótem. No es una afirmación gratuita. Lo mantiene él, taxativo. «La vaca es mi tótem. Me da el dinero que me sirve para comprarme el filete». Y añade, irónico y antes de romper a reír: «Si me preguntan, ¿en qué crees? ¿Yo?, ¡en las vacas!». Hasta el curtido rostro de Íñigo Herrerías parece curtido, como hecho de cuero. No es extraño en alguien que lleva desde los años 80 acariciando, moldeando este material, allá cuando la movida hippy estaba en todo su apogeo en Ibiza. Hoy es uno de los últimos adalides de la artesanía del cuero en las islas Pitiusas.

La broma inicial es casi una anécdota. Porque Íñigo (Bilbao, 1957) se pone trascendente cuando habla de su oficio. Casi místico. «El cuero es un material muerto pero que conserva una vida. Se adapta según tú lo tratas». Aunque no siempre fue así. Lo suyo con la piel no fue un flechazo. «La primera vez que vi trabajar el cuero me pareció una cochinada. Todas las manos llenas de tinte...». Hasta que la relación cuajó. Y el boca a boca hizo famoso a Herrerías.

Porque en su tienda, en San Carlos, no hay ni siquiera cartel en la puerta. No le hace falta a Sahel, su negocio. Un aterciopelado olor a cuero te atrapa en cuanto entras. Tradicionales capazos ibicencos, petates de boxcalf y piel de pitón («de granja, que ahora está prohibido cazarlas»), trenzas gauchas convertidas en bandoleras o correas de perro... Todo el género hecho a mano, con apenas una treintena de modelos de cada patrón, alejados de los cánones de las masivas modas.

Su trabajo habla por él. Y los muchos famosos que cada año pisan Ibiza no han pasado por alto su piel. Desde la afamada mochila de Pocholo (Sarasola también compró una de ese modelo), aquella que desató un histriónico incidente en el olvidable y televisivo 'Hotel Glam' -¿quién me ha roto la mochila?, repetía una y otra vez un disparado Martínez Bordiú al encontrarse su bolsa manca de un asa-, a un maletín para Emilio Botín o una peculiar bolsa de viaje de cuero azul para el mismísimo Armani. Uno de los cinturones que a menudo rodean el talle de Javier Sardá también salió de las manos de Herrerías. Y hasta una correa de perro para la mascota del Aga Khan, «el dios viviente de los Ismaelitas», el mismo al que cada año sus fieles le regalan su peso en oro. Incluso carteras 'ministeriales' han salido de sus manos. O casi. Hace años hizo en apenas 15 días 12 maletines dobles para el Govern de las Islas Baleares.

Inspirado por los hippies

Íñigo no viste túnicas coloridas, tampoco muestra especial adoración por fumar hierba ni pronuncia una y otra vez el clásico «paz y amor». Pero en el fondo, Herrerías sigue conservando aquella ideología que observó en los hippies de los que aprendió el oficio. «La artesanía es muy enriquecedora. Haces todo por ti mismo. Las máquinas lo único que han hecho ha sido imitar a las manos, pero eso no significa que el resultado sea mejor», afirma mecanoclasta. «Como le decía un pescador vasco a los 'arrantzales' (arrastreros) franceses: 'Nosotros somos pescadores, no maquinistas». Las raíces aún calan hondo en el de Bilbao. Y del Athletic. «No puedo ser de otro equipo», afirma el nieto de Alejandro de la Sota, el que fuera presidente del club (1911-1917) y uno de sus fundadores.

Con el cuero no busca hacer fortuna. «La producción a gran escala no casa con el sentimiento de la artesanía». 440 euros cuesta el más caro de sus modelos: un clásico maletín de médico, forrado, al que dedicó 16 horas de su trabajo. Eso sí, no le vale un material cualquiera. Suele comprar a Curtidos Recar, en Valencia. «Tiene muy buena piel». Y tampoco le sirve cualquier parte de la vaca. Toda viene del cuello del bovino. «Tiene una elasticidad suficiente». Ni demasiado flexible, como la de la tripa del animal, ni excesivamente gruesa como la de la espalda. Su tienda (la misma de la que también han salido varios bolsos para la viuda de Richard Burton) está ahora vacía. Como Ibiza en invierno. Pero su taller, entre San Carlos y Santa Eulalia, no cesa de oler a tintes. Íñigo dedica estos meses a reponer el género y a atender encargos de Navidad.

A sus 52 años, Íñigo lleva 27 viviendo entre cueros. Él sólo ha sacado adelante el negocio (su mujer, Carmen, es la otra alma de 'Sahel' con sus prendas de ropa). Aunque en momentos de agobio le echen alguna mano. Como su hijo. No parece que el chaval, estudiante de Imagen y Sonido, vaya a tomar el testigo de uno de los últimos artesanos en piel del país. «Él hace música con el ordenador. Trance y otras cosas, pero sobre todo es 'hiphopero'». La otra Ibiza.