Sociedad

¿Un pitillo, señoría?

Los humos del Congreso. Con el endurecimiento de la Ley del Tabaco a la vista, pillamos 'in fraganti' a los diputados que todavía fuman

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Debate sobre el último consejo europeo. Desde el estrado del Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy dispara contra el Gobierno su irónico discurso y caldea el ambiente de las tribunas. Aplausos, abucheos... Son las diez de la mañana y en Madrid hace un frío que pela, de los que se dicen 'siberiano'. Fuera, abre el fuego Juan Barranco. El ex alcalde de Madrid tantea la chaqueta, saca el mechero y se enciende un ducados (sí, un ducados, el mítico 'winston agrario' que aún conserva su puñado de fieles, ya veteranos). Barranco le pega una calada, inspira por la nariz y exhala contra la nevada una nube enorme y blanca de humo y vapor. El termómetro marca dos bajo cero, pero el vicio de los diputados funde el hielo de la pereza: los mismos dedos que pulsarán en otoño de 2010 el botón de la reforma de la Ley Antitabaco sujetan ahora un pitillo. Los mismos que borrarán a los fumadores de bares y restaurantes.

«Aquí nos juntamos todos». El del PSOE fuma con el del PP, el del PP con el nacionalista. «Entre nosotros no hay ideologías. Estamos unidos por la nicotina», sentencia entre risas Barranco, que dejará de fumar antes de que se lo prohíban: «Porque me sienta fatal que me prohíban cosas». Están ustedes en el Patio de Los Leones, con su suelo de granito, sus garitas y su trasiego de policías, parlamentarios y periodistas. Es uno de los dos rincones en el que sus señorías pueden echar un cigarro desde que entrase en vigor la Ley Antitabaco de 2006 (la que limpió de humo los recintos públicos y los bares de más de 100 metros cuadrados). El otro es la azotea de una de las cafeterías.

«Ojo, ministro... Ese pitillo te puede salir caro». Barranco bromea con Celestino Corbacho, que le toma el relevo en la humareda glacial de Madrid, a la puerta del hemiciclo. Al titular de Trabajo e Inmigración no le queda otra que salir a la calle a darle al vicio (dos 'trujas' en una mañana), aunque le ha puesto fecha de caducidad a su particular rito. «No diré que en Año Nuevo, porque es lo típico que dice todo el mundo», pero entre el 8 y el 10 de enero se quita del tabaco. «Empezaré un tratamiento nuevo que me han recomendado».

Si no recae, se sumará al creciente clan de los ex fumadores de un gobierno en el que ya quedan pocos adictos a la nicotina. «Somos una minoría en extinción que no hay que proteger», se fustiga el ministro. Fuman Corbacho, Elena Espinosa (Agricultura) en fase de dejarlo, Zapatero (ocasionalmente, nunca en el trabajo y dicen que no compra) y Rubalcaba (Interior). Hasta la vicepresidenta Fernández de la Vega, que no soltaba el cigarro, ha conseguido quitarse, lo mismo que Bibiana Aído (Igualdad). La 'niña' del Gobierno fumaba desde los 15 años algo más de medio paquete al día, lo que le costó una portada en un periódico dando una calada hace unos meses. «Fue algo sorprendente, la verdad». Y olvidado. Es una de las ministras sobre la que ha surtido efecto «la concienciación» de la norma. Y los machacones llamamientos de Elena Salgado (vicepresidenta económica, antes ministra de Sanidad), responsable de la Ley, incondicional del yoga a 40 grados, el pilates y el deporte en general. Una 'rottenmeyer' de la salud, aseguran. Obviamente, su influjo no llega a Rajoy, aficionado a los puros, nunca en el Congreso (al menos fuera de su despacho).

«Yo no hablo de eso, ni me has visto fumando, que soy amigo de Trini -Jiménez, actual ministra de Sanidad- y me echa la bronca». Habla Eduardo Madina, secretario general del Grupo Socialista, otro de los que comparece en comisión de fumadores en el gélido Patio de los Leones. La relación con los sin-humo es generalmente buena. «Nos dan consejos amables», dice con sorna Corbacho. Hay otros fumadores que dejan el tabaco para los ratos de ocio. Es el caso de Alfredo Pérez Rubalcaba, un puro al día en casa. «A este paso terminaré fumando metido en una alcantarilla y sin que se entere mi cardiólogo», se queja.

Cigarros a puerta cerrada

Nadie confiesa sentirse acosado, aunque la vicepresidenta de la Comisión de Igualdad, Carmen Quintanilla (PP), recuerda «el cabreo» que agarró cuando en 2004 se encontró un día «la 'casa' desnuda de ceniceros». Ignasi Guardans (ex de CiU) se quejaba de los humos y estaba «detrás» de una iniciativa para prohibir el tabaco en el Palacio. Lo consiguió. «Yo estaba indignada. Le dije a Manuel Marín -entonces presidente del Congreso- que coartaba mi libertad de envenenarme como quisiera y que tenía que habilitar lugares para los que fumábamos». Duraron hasta 2006, en una entrada y en el pasillo junto al Salón de las Columnas. Con todo, ahora que lo ha dejado, Quintanilla está «encantada». «Me causaba ansiedad buscar un sitio y me impedía trabajar como yo quería», recuerda la diputada, que confirma que no existe una postura definida en el Grupo Popular sobre el endurecimiento de la Ley. Tendrán que estudiar el impacto a los hosteleros antes de apoyarla. «Necesitamos un texto que sea tolerante».

Juan Barranco admite que le divierten las fotografías de 1978, cuando se constituían las Cortes y él era «un chavalín» que comenzaba en política en ese mismo edificio. La Transición se consumía en sesiones interminables cargadas de humo. Felipe González se fumaba un puro dentro del hemiciclo junto a Gregorio Peces- Barba, el presidente de la Cámara que prohibió el humo en los bancos en 1982. «En el 23-F nos quedamos sin tabaco», recuerda. Aquello tiene ahora el aroma de la ternura y el escándalo, aunque fuese entonces algo común que «ayudaba a relajar la tensión en las reuniones y luchar contra la ansiedad», suspira el ex alcalde de Madrid.

Hoy la costumbre se esconde de los ojos de los demás. «Yo fumo puros. ¡En el despacho encerrado y en un rincón de la cafetería! Y así lo hacen miles de tíos. ¡Vulnero la Ley!», bromea el siempre polémico Vicente Martínez-Pujalte (PP). Podría ser perfectamente cierto: algunos ujieres del Congreso confiesan por lo bajinis que muchos siguen dándole al vicio dentro del histórico edificio cuando nadie les ve, y que tras algunas puertas se encuentran con «una peste a humo». O se esconden en los recovecos del Congreso, o fuman en la calle, o en el bar de la esquina, el Manolo, toda una institución. En 2010, ni en el bar.