PINCHITO MORUNO

El sueño de los rascas

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Todo el mundo se queja de la crisis. Antes cuando te encontrabas en el ascensor, hablabas del tiempo, pero ahora como con el calentamiento global la conversación es más comprometida, en los ascensores se habla de la crisis. Pero siempre generalizar no ha sido bueno y se podría decir que casi todo el mundo está quejoso con la crisis, excepto un colectivo, correoso como un marcaje del marginado Raúl López, que es el de los rascas.

Cádiz siempre ha sido buen terreno para los rascas. En una tierra donde gusta tanto una 'conviá', más recibirla que reliazarla, que siempre escondido detrás de cualquier esquina surge un rasca, uno de esos individuos que son capaces de hacerse un bolso con el dobladillo del pantalón y que se llevan de los bares hasta los alfileres que ponen para coger los burgaíllos.

Tengo grandes amigos rascas, de esos de gran experiencia, que huelen cualquier riesgo y que salen siempre a la calle sin monedero...dicen que les hace bulto en el pantalón, pero los tíos evitan una conviá con la misma facilidad con que Teo Martínez inaugura una y otra vez la nueva plaza de abastos, que creo que hasta pesará ella misma el primer cuarto y octavo de pijotas que venda el Chicla, por tal de inaugurarla otra vez.

Una vez mi amigo Perico, el Rasca, nos hizo uno de sus mejores números en un bar de Sanlúcar. Pidió una de coquinas. Siempre pide coquinas porque son más chicas que las almejas y en una ración le caben el doble. El dice que lo bueno de las almejas son los chupetones y que vengan generosas de caldo, y que el tamaño, en este caso, no importa.

Perico es temible en las reuniones: Si pide pavías de merluza saca el metro para medirlas y procurar que nadie se coma más metros cuadrados de pescado que el otro y las puntillitas antes de que la gente les meta mano las cuenta una a una y anuncia a gritos a cuantas cabe cada miembro de la reunión. Una vez se pegó con uno porque le mangó dos chícharos de una paella y se comé hasta el papel que traen las magdalenas.

Pues el tío, cuando ya había rebañado el plato que no dejó ni un pedacito de perejil, llamó al camarero para decirle que en el plato había 16 coquinas que no se habían abierto y que o las descambiaba por otras 16 o que se las descontara de la factura. Ese día Perico el rasca, cuando salimos del restaurante estaba especialmente contento. Le dije: Por esa cara que llevas otra vez ha pagado Manolito Chichinabi. Él me dijo: «qué va... estoy contento porque se me ha quedado entre los dientes un pedazo de gamba y estoy pensando en que luego cuando se me caiga en el coche, otra vez voy a comer marisco y gratis».