MUNDO

El final del sueño idealista

El líder demócrata exhibe su perfil más duro con los niveles de popularidad a la baja y tras meditar durante meses la nueva estrategia afgana

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Es más que probable que la marcha del conflicto de Afganistán -la guerra de Obama, como la han etiquetado algunos- y el largo proceso que culminó con la decisión de enviar más tropas al país centroasiático hayan dictado el tono del discurso del mandatario al recibir uno de los reconocimientos públicos más altos a los que un político puede aspirar. Desde la Segunda Guerra Mundial cualquier presidente de Estados Unidos ha apelado sin complicaciones a utilizar el recurso de las armas para lograr la paz allí donde los intereses norteamericanos -muchas veces asociados a los de Occidente- se hallaban en juego.

Aun con eso, pocos se esperaban que el líder que se ha ganado las simpatías del mundo por su nuevo estilo y una forma de proyectar la imagen de EE UU alejada de la tradicional arrogancia del poder norteamericano, se sirviera de un foro tan emblemático para reivindicar la necesidad de la guerra como vía para conseguir la paz.

No es casualidad que justo el día en que Obama recibía los honores en Oslo, una encuesta mostrara que una ligera mayoría de los estadounidenses apoya la decisión de reforzar la presencia militar en Afganistán. La mayor parte de los entrevistados también respaldan la 'hoja de ruta' para una salida gradual de tropas, lo que viene a indicar que la larga indefinición anterior había producido un profundo desafecto hacía el inquilino de la Casa Blanca mientras los talibanes habían logrado importantes avances.

La popularidad de Obama está a la baja y otros presidentes han demostrado -George W. Bush sin ir más lejos- que sacar músculo a tiempo es el mejor remedio para recuperar apoyos. Por supuesto, la aproximación de ambos mandatarios a los conflictos armados es diferente, y ahí está Obama tratando de reivindicarse para que antes de 2012 las tropas norteamericanas se hayan retirado del todo de Irak y hayan reducido significativamente su presencia en Afganistán.

El foro europeo

Consiga o no sus objetivos, Obama ha elegido Europa y no su más confortable Despacho Oval para decirle al mundo que él también sabe desenvolverse en el discurso de la guerra y en ese papel de árbitro que decide hasta dónde pueden tolerarse los atrevimientos del enemigo, como en el caso de Irán y Corea del Norte, a quienes lanzó ayer su advertencia más seria desde que asumiera el cargo el pasado enero.

No parece que Washington esté en condiciones de abrir nuevos frentes al estilo de la Administración anterior. Sin embargo, el largo proceso de meditación que trajo como consecuencia una mayor implicación en Afganistán sí puede ser utilizado como baza de que las buenas palabras hacía los países díscolos tienen un límite. Quizá sea un síntoma pasajero, pero de momento Barack Obama parece haberle encontrado sentido a sacar del armario el discurso belicista al que tarde o temprano siempre han recurrido todos los presidentes norteamericanos.