Opinion

En manos de Marruecos

El conflicto del Rabat con Aminetu Haidar deja en evidencia a la diplomacia española

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La decisión ayer de Aminetu Haidar de poner fin a la huelga de hambre que había mantenido durante 19 días, tras aceptar el ofrecimiento del Gobierno español para regresar a El Aaiún en un avión medicalizado, constituyó un motivo de indudable alivio que acabó frustrándose porque al vuelo le fue negada la preceptiva autorización para tomar tierra. Así, el testimonio de Haidar volvió al callejón de difícil salida en que se había adentrado un conflicto sobrevenido para España, después de que la activista saharaui rehusase aceptar las posibles soluciones planteadas por Exteriores; y de que Rabat rechazara su retorno a El Aaiún dada su negativa a reconocerse marroquí. La dignidad identitaria de una persona que se niega a admitir otra nacionalidad que la suya puede despertar la simpatía general entre quienes disfrutan de la libertad de la que carecen los saharauis. Pero Haidar no sólo ha tratado de lograr el reconocimiento expreso de su nacionalidad, cuando ésta no cuenta con un Estado admitido como tal en el seno de la comunidad internacional. Voluntaria o involuntariamente ha pretendido encarnar a todos los saharauis que reivindican su identidad, haciendo visible un conflicto pendiente desde hace 35 años. Resulta poco menos que imposible resolver la situación de Haidar atendiendo a sus exigencias, porque ello supondría tanto como indicar una salida para el Sáhara en su conjunto. Pero es evidente que Marruecos podía haber mostrado una actitud más flexible a la hora de propiciar una solución de compromiso a este caso. Es inevitable pensar que, una vez más, los distintos poderes que conforman la monarquía alauí han puesto en evidencia a la diplomacia española, que ha actuado en los últimos días con modos tan peculiares como los que emplean las autoridades marroquíes. Como si el realismo con el que han de afrontarse las relaciones con Rabat anulara cualquier muestra de dignidad responsable por parte de Madrid; y toda situación crítica que afecte a las relaciones entre ambos países tuviera que convertirse en una baza favorable a la capacidad de presión de Marruecos sobre el Gobierno español.