Opinion

Triunfo de la democracia

El reconocimiento de las víctimas de ETA se ha convertido en algo ineludible

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Las palabras de la madre del guardia civil Diego Salvá Luzón, manifestando en Vitoria su deseo de ser la madre de la última víctima de la banda terrorista ETA, expresan un razonable nivel de esperanza respecto al fin del terrorismo, denuncian la brutalidad de la banda y hablan de la calidad humana de quienes han padecido su violencia. La democracia española nunca valorará lo suficiente, por muchos reconocimientos que les haga, la impecable voluntad democrática de las víctimas del terrorismo nacionalista vasco. En España las víctimas no se han tomado la justicia por su mano, han anhelado ser las últimas y han deseado que no hubiera más sufrimiento.

El acto de reconocimiento a las víctimas celebrado el domingo en la capital alavesa, presidido por el 'lehendakari', Patxi López, y al que asistieron familiares de más de 600 víctimas de ETA, de los GAL y de la extrema derecha, supone el reconocimiento de las instituciones y de la sociedad vasca a unas gentes que, además del espanto intransferible que han soportado, aportan un valor simbólico innegable. Las víctimas no pueden tener sólo un apoyo humano, deben recibir el reconocimiento de su profundo valor simbólico: son víctimas del terrorismo por defender la democracia en España. Este enunciado sirve para todas ellas, con independencia de las diferentes formas de pensar que tengan los guardias civiles, los policías, los militares, los empresarios, los políticos o cualesquiera otras víctimas de ETA. Esta definición sirve para todas y debe ser puesta a salvo de los intentos de manipulación y utilización sectaria que en el pasado inmediato pretendieron algunos.

El hecho de que a la convocatoria de Vitoria asistieran todos los lehendakaris, tres nacionalistas y uno socialista, nos habla también de que ahora el reconocimiento de ese valor democrático se plantea como ineludible para los que quieren hacer política en Euskadi. Afortunadamente, y gracias al trabajo de muy pocos durante muchos años, hemos superado ya los tiempos en los que en las calles del País Vasco se bramaba 'ETA mátalos'; o en los que el idiota moral de guardia decía ante el cadáver de turno 'Algo habrá hecho'. Hoy nadie dice eso y si alguien lo piensa, no se atreve a expresarlo. Hoy, hasta los que han llegado tarde y mal al apoyo a las víctimas, los que han tratado de empatarlas con sus verdugos, se ven obligadas a estar con ellas. Es éste un triunfo del discurso democrático. Pues no habría algo más grave que añadir al desagarro humano insuperable del asesinato la ausencia del reconocimiento político y democrático de la víctima.