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Masacre en Rusia

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La coincidencia en estos días de la operación policial y judicial contra 34 miembros de Segi, el rebrote de la violencia callejera en Euskadi y el primer aniversario del asesinato del empresario Inaxio Uria ofrece un elocuente recordatorio de lo que significa la pervivencia de ETA. Elocuente porque retrotrae al enorme sufrimiento que ha provocado la organización terrorista a lo largo de su sangrienta trayectoria, obligando paulatinamente a todos aquellos vascos que aún se mostraban distantes ante esa herida colectiva -como ocurrió tras el atentado contra Uria- a encarar la devastación que la banda ha ido sembrando a su paso. Elocuente también porque tanto el 'manual de hostigamiento' incautado a los integrantes de Segi arrestados, como las imputaciones del juez Marlaska contra ellos, confirma la determinación de ETA de seguir amedrentando a la ciudadanía democrática por distintos medios y con una amplia lista de potenciales objetivos. Resulta evidente a estas alturas que el miedo que tratan de inocular los pistoleros de la banda y los aprendices de la 'kale borroka' no logra imponerse ni al cerco desplegado por el Estado de Derecho en su contra, ni a la progresiva debilidad que ha hecho aún más porosas las estructuras criminales. Y es obvio también que todo ello ha ensanchado el desánimo en aquellos sectores de la izquierda 'abertzale' no tan irreductibles como para no ser conscientes de la marginación a la que les conduce el seguidismo del terror; pero incapaces, al tiempo, de abortarlo de una vez por todas. Es ésta, y no otra, la disyuntiva que aflora tras los últimos movimientos y propuestas con los que la izquierda 'abertzale' pretende proyectar, en vano, la efervescencia política y social de que gozaba antaño. Pero que intente conseguir ese soplo de aire sin cumplir lo que reiteradamente se le exige, que no es otra cosa que un desmarque de ETA explícito y sin vuelta atrás, ya no depende de sus fantasmales iniciativas, como de la condescendiente credibilidad que le otorguen quienes parecen añorar fallidas estrategias de diálogo para el final del terror.

La matanza perpetrada el viernes en el 'Nevski Express' que enlaza Moscú y San Petersburgo, que ayer las autoridades rusas acabaron atribuyendo a un atentado, ha dejado un sobrecogedor recuento de víctimas, con una treintena de fallecidos, varios desaparecidos y casi un centenar de heridos. El hallazgo horas después de un segundo artefacto, que llegó a estallar pero sin provocar daños, avala la hipótesis de un retorno de la violencia terrorista al corazón de Rusia y con voluntad de cobrarse, además, un elevado e indiscriminado número de víctimas. El hecho de que la matanza tuviera como objetivo una infraestructura tan relevante del país, utilizada por altos funcionarios y también por ciudadanos extranjeros, revela un intento de sacudir tanto la renovada fortaleza de la que hace gala el Kremlin, como de hacer partícipe de las gravísimas consecuencias del ataque a la comunidad internacional. La atribución del atentado, o la reivindicación de su autoría, permitirán dilucidar si tras él están de nuevo los terroristas chechenos u otras organizaciones extremistas; y también el alcance del desafío que puede estar planteándosele al Gobierno de Mevdéved. Pero en cualquier caso, la Europa que aspira a estrechar sus lazos con Rusia ya no puede permanecer indiferente ante un eventual rebote del terror tan próximo a sus fronteras.