Jerez

La elevación del tren en la zona norte integrará a 13.000 vecinos

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Carmen sale de trabajar cada día a las cuatro de la tarde, y lo primero que hace es ir a buscar a su hijo Alejandro, que asiste a las clases en el mismo colegio en el que ella ejerce de cocinera, el de San José Obrero. Juntos y cogidos de la mano emprenden el camino a su casa, que está a sólo 300 metros, y a cada paso Carmen mira de reojo el reloj para comprobar que las manecillas no marcan todavía las 16.26. Justo a esa hora pasa por la zona norte de Jerez el tren que llega de Sevilla, ése cuyos pitidos escuchan con claridad incluso cinco minutos antes de que pase por la vía que parte en dos la ciudad y que mantiene separados a unos 13.000 vecinos que todos los días tienen que atravesar de un lado a otro cruzando de cualquier manera el entramado ferroviario o caminando a pie por el peligroso y vetusto puente de San José Obrero.

«Tengo que ir a trabajar y no tengo coche, así que sólo me queda recorrer a pie las vías o ir por el puente. Y sin duda escojo cruzar por debajo cuando sé que no van a pasar los trenes», insiste esta cocinera que vive en Palos Blancos pero tiene su empleo al otro lado de la barrera que es el ferrocarril para la zona norte de Jerez.

Desde la rotonda del Depósito de Sementales hasta Guadalcacín, la vía del tren atraviesa Jerez dejando una cicatriz con la que han tenido que lidiar los vecinos de una zona nueva y en expansión como la de Hipercor, pero también los de una barriada histórica como la de San José Obrero. Todos han vivido incomunicados durante décadas, lastrados por el trazado del ferrocarril que es un peligro y un obstáculo. Pero pronto vivirán su propia caída del muro

Hace unos meses las máquinas llegaron por fin a la zona norte de Jerez para iniciar los trabajos de desdoble de la vía que abrirán la puerta para la Alta Velocidad en la provincia y que, de paso, contemplan la elevación del trazado desde donde se dejó en el primer tramo (por la zona de Ifeca) hasta el puente de Guadalcacín, para seguir después de nuevo a nivel hasta el aeropuerto de Jerez.

Serán dos kilómetros de vía elevados que permitirán a habitantes y negocios de la zona norte unirse, conectarse y vertebrarse y que cambiarán para siempre la fisonomía de la ciudad cuando estén terminados los trabajos a final de 2011.

El mejor ejemplo de lo que puede ocurrir con la modificación del trazado ferroviario lo tienen los vecinos a pocos metros, en la zona desde la Estación de Renfe hasta Sementales, donde barriadas como las del Pelirón y España que siempre vivieron a espaldas del resto de Jerez ya no conciben su día a día sin los enormes viaductos que se construyeron entre 2000 y 2002 y bajo los que ahora han surgido parques, zonas de ocio y mucha vida.

En la barriada de Las Flores, en San José Obrero o en Palos Blancos los representantes de las asociaciones de vecinos están convencidos de que «tendremos que celebrar nuestra reunificación como si fuera la caída del muro de Berlín». Tal vez la cita no tenga las implicaciones políticas de aquella que marcó la historia en 1989, pero los jerezanos de la zona norte no ven el momento de que llegue el día en que el temido puente de San José Obrero se haya derruido y sustituido por una nueva carretera y viaductos de grandes columnas (en todo el trayecto habrá un total de cinco); en el que la avenida de Europa y la Granja estén unidas con el entorno de Hipercor por el gran paso inferior de cuatro carriles que ya se está construyendo y que conecta la avenida de Voltaire con la de Caballero Bonald; en el que barrios hermanos como Palos Blancos o San José Obrero no estén separados.

«Un peligro»

Isabel Huertas y Leonor Santos llevan unos 30 años viviendo en esta última barriada y dicen que aunque están apenas a 10 minutos del otro lado hace tiempo que no se pasean por allí ni van de compras a Hipercor porque «con el tren no hay manera». «Es un peligro ir andando, y si no ahí está el ejemplo de una vecina que se cayó no hace mucho porque metió el pie en uno de los socavones del puente y a la que tuvieron que ponerle siete tornillos en la pierna», recalca Isabel.

Las dos hacen memoria y afirman que «el puente de San José Obrero lleva por lo menos 40 años en pie». Ellas al menos lo recuerdan de toda la vida. Y eso se traduce en abandono y malas condiciones de este paso de muy pocos metros de anchura en el que no existe un tramo específico para los peatones. Eso sí, ya todas las administraciones asumen que coches y personas deben compartir espacio, y por eso a la entrada desde San José han colocado un cartel que reza «Atención. Peatones».

Isabel dice que cuando llegan las dos de la tarde se pone «en vilo». Ésa es la hora a la que su hija tiene que cruzar el puente para regresar del trabajo en Palos Blancos, y después de comer vuelve a realizar el camino para volver ya de noche a su casa en la barriada.

Por esa preocupación, que es la misma en todas las casas de los que llevan décadas viviendo aislados, las asociaciones de vecinos de ambas ‘orillas’ del tren han hecho durante años manifestaciones, han constituido plataformas y han cortado hasta el tráfico en las vías de acceso al puente. «Pero nunca ha servido de nada», apunta Leonor mientras mira, ahora con más esperanza, hacia las obras.

Al otro lado del tren las historias son similares, y los ejemplos del perjuicio que tiene vivir con esa gran brecha en medio, incontables. Toñi Orihuela, de la Asociación de Vecinos de Palos Blancos, hace hincapié en que «no es lógico que por las malas comunicaciones los niños de Las Flores tengan que ir en autobús al colegio de San José Obrero, que sólo está a unos pocos metros, pero cruzando el puente».

En realidad son dos autobuses, uno para Infantil y otro para Primaria, que cruzan a alrededor de la mitad de los 500 menores escolarizados. O cogen el autobús o los padres tienen que llevarlos andando por una estructura «mal asfaltada, con vallas de protección mohosas y cimbreantes, y con el riesgo de que un coche les pueda golpear, porque con el cambio de rasante no hay visibilidad», dice Toñi. Claro que otra opción, apunta con ironía, es llevar a su hijo al colegio «dando toda la vuelta hasta la Feria y conduciendo por la avenida de Europa hasta llegar al otro lado después de siete kilómetros».

Perjuicios por las obras

Todos se muestran esperanzados por cómo afectará a su parte de la ciudad este proyecto que promueve el Ministerio de Fomento con un plazo de ejecución de 30 meses y un presupuesto de 30 millones de euros. Pero también se lamentan de que los dos años que faltan para ver eliminadas todos los obstáculos «van a ser una pesadilla».

El problema es que una vez iniciados los trabajos los vecinos ya no pueden cruzar por las vías, que era su acceso preferido y por el que hasta hace unos meses han pasado con carritos de la compra y hasta cochecitos de bebé. «Los obreros nos dicen que es peligroso, que vayamos mejor por el puente, pero pasan tantos coches que un día va a acabar pasando una desgracia», insiste la representante de Palos Blancos.

Una de las víctimas de la nueva situación es Ángeles Tirado, que vive en San José y trabaja en un bar de Jardín del Inglés, y a la que este verano una furgoneta la golpeó en el hombro con tanta fuerza que incluso se rompió el retrovisor. «Si me hubiera enganchado el bolso, me hubiera arrastrado por el puente», se queja aún convaleciente.

Pero el futuro será distinto, y en eso hay que destacar la actuación del Ayuntamiento y de diputados socialistas como Mamen Sánchez o Salvador de la Encina, que se esforzaron para que el proyecto inicial de Fomento, en el que la vía seguía discurriendo a nivel, se modificara por el bien de la ciudad.