LA BOCINA

Aquellos viejos curas

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Me ha llamado poderosamente la atención el anuncio de aquello que va a ocurrir mañana en la Catedral. De hecho siempre me ha dado grima cuando, pasados los cinco años de esos alquileres de nichos de los ocasos de turno, una familia se las veía con los restos del recordado muerto para reunirlos en un osario con los de no sé qué otro tío al que tanto quiso el primero de los difuntos. Y todo ello convirtiéndose los herederos en luz y taquígrafos de una escena verdaderamente triste.

Es noviembre y tocaba algo parecido cuando el Año Sacerdotal se propone, en Jerez, recordar a aquellos curas de siempre que forjaron toda una época en la ciudad. Eran tiempos, desde luego, de clericalismos pronunciados. Claro está, en décadas de tan prolíficos signos de nacionalcatolicismo a granel. Pero también años de encuentro en ellos de ejemplares entregas tan dignas ahora de ser tenidas en cuenta. Cada cual tuvo lo suyo. Cada uno, sin embargo, fue testigo de un momento en el que, al fin y al cabo, se consolidó la realidad eclesial que parió, finalmente, la erección de la Diócesis de Jerez.

No sé, realmente, con qué criterio han sido seleccionados estos nueve sacerdotes. Quizá no se trate sino de una mera cuestión de toca. Pero, si en ellos había de materializarse el gesto sólo porque eran los siguientes en un traslado más desde aquellos nichos de la clerical Hermandad de San Pedro, a mí me tiene encantado. No en balde constituyen memoria viva de una ciudad que, en ellos, encontró, seguramente como en otros de esa generación, el baluarte de ciertas actitudes ante el mundo.

Echados palante como Luis Bellido a la hora de arreglar un San Dionisio siempre en esas andadas del desasosiego arquitectónico o simplemente pecualiares como Cervantes con su boina, aquellos viejos curas son hoy dignos del mejor recuerdo.