Jerez

El Salvador no da abasto

El comedor social de las Hijas de la Caridad ha duplicado sus usuarios en el último añoTambién ha cambiado el perfil de los que acuden a pedir ayuda: cada vez son más las familias normalizadas

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Le cuesta un mundo trocear las salchichas. No tiene fuerza. Puede tardar 20 segundos en partir, clavar, levantar el tenedor y llevarse cada trozo a la boca. Masticarlo, aún más. Parece una autómata ejecutando unos movimientos que repite por instinto. Come por obligación. Dice que las alubias ni las probará, aunque se las acaba comiendo tras ser regañada por una hermana de las Hijas de la Caridad. Ellas saben que tiene que hacerlo, porque está muy débil. Tiene hepatitis crónica. Y sida. Dice que se lo pegó «un desgraciado». La enfermedad se encuentra en su tercera y última fase de desarrollo (terminal), y necesita comer para darle a su cuerpo todas las defensas que pueda.

Es alemana, tiene 58 años y se llama Bridgitte. Es una de las personas que acuden prácticamente a diario al comedor social de El Salvador. Llegó hace nueve años a España. Vivió durante mucho tiempo en Ubrique, en una vivienda de alquiler. Era feliz. Recuerda que tenía una talla 48, muy lejos de la 34 que debe tener ahora. Una grave enfermedad la obligó a ingresar en el Hospital de Jerez. «Estuve allí mucho tiempo y cuando salí me encontré con que me habían quitado la casa; me vi sola y en la calle», cuenta. Así que se quedó en la ciudad. Ha vivido desde entonces en portales, cajeros y donde ha podido. Porque, según asegura, con los 336 euros mensuales que percibe en concepto de pensión de invalidez no le llega para pagarse ni una habitación.

La de Bridgitte es, posiblemente, una de las historias más amargas que se puede encontrar entre los usuarios habituales de este comedor social. Pero no es, ni mucho menos, la única. Las hay de todo tipo entre sus cada vez más numerosos usuarios.

Aumento de usuarios

La entidad atiende actualmente a una media de 90 transeúntes -entre sin techo y personas con recursos muy limitados- que acuden a comer y 163 familias -con una media de cuatro miembros cada una- que se llevan la comida a casa. Esta última cifra prácticamente dobla a la de hace justo un año, cuando eran 84.

El Salvador prepara, por tanto, una media de 740 menús al día. Normalmente coinciden los que se ofrecen a los transeúntes que comen allí y a las familias que se llevan la comida. Constan de dos platos (ver cuadro en la página siguiente), postre y agua. Y muchas veces se les da también leche, zumos y/o legumbres.

El de la alemana es un ejemplo amargo por las pocas esperanzas existentes de que su vida pueda dar un giro radical. Ni siquiera ella misma las tiene; quizá por eso se está dejando ir. Pero también hay historias de superación y que invitan al optimismo entre los sin techo y personas sin recursos que se ven obligadas a acudir cada día a esta institución benéfica. Es el caso de la de Andreas Schoop, también alemán.

Lleva once de sus 42 años en Jerez. Es bastante conocido en la barriada de La Plata. Pasa buena parte del día pidiendo en el semáforo que hay frente al Elefante Azul. Se ha ganado el cariño de vecinos y conductores, porque ni atosiga ni exige; da los buenos días y pone la mano con una sonrisa de oreja a oreja que mantiene aunque no obtenga respuesta. Esa sonrisa forma parte ya de la expresión de Andreas Schoop a pesar de que tampoco le ha ido bien en la vida. Vive en la calle, en El Almendral. Duerme al aire libre solo, porque afirma que «trae menos problemas». Padece cirrosis y varices en el esófago por la bebida, males que no cercenan su optimismo y sus ganas de vivir. Como tampoco lo han hecho las malas experiencias laborales que ha tenido hasta la fecha -trabajos sin contrato, jefes que no le pagaban...-. Sus miras están puestas ahora en conseguir un reconocimiento de minusvalía que le dé derecho a una paga.

Perfiles

Toni Guillén, educador social de El Salvador, señala que los perfiles han cambiado coniderablemente de un tiempo a esta parte: «No sólo vienen los típicos sin techo o las familias desestructuradas. Ahora se ve gente que podría considerarse normalizada y que de repente se ha visto en esta situación. Por ejemplo, familias jóvenes con hijos en las que uno o los dos padres han perdido el trabajo y tienen que hacer frente a una hipoteca; y no les queda para comer y hacer frente al resto de gastos».

Los responsables del comedor no saben cuánto tiempo durará esta racha. No entienden de ciclos económicos. Sólo les preocupa el día a día y tener para darle de comer a todos los que llaman a su puerta. Y, sobre todo, hacer un poco más llevadera las vidas de personas como Bridgitte, Andreas, Ana María, Manuel, Juan y Rosario.