CÁDIZ

Una ciudad paralela bajo tierra

En el subsuelo aún persisten las cuevas donde se guarecían los menesterosos en el siglo XVI y XVII

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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«Cádiz está hueca por dentro». Quien lo afirma es toda una autoridad en cuestión de subsuelos, de tuberías y pasadizos subterráneos: Daniel Gómez es técnico responsable de la empresa municipal Aguas de Cádiz, y por tanto se conoce al dedillo el recorrido de las alcantarillas de la ciudad. Sin embargo, cuando compara la Tacita con un queso gruyere, no se refiere a las cañerías de la ciudad, ni a sus desagües, sino a una red de grutas mucho más antiguas, desconocidas e impracticables, a pesar de que de manera popular todos las hayan nombrado alguna vez cuando echamos de menos algo de claridad: «Esto está más oscuro que las cuevas de Mariamoco». A diferencia de otras ciudades, Cádiz no tiene alcantarillas medievales, pero según arqueólogos gaditanos, existen multitud de grutas y galerías que recorren la ciudad, sobre todo por Puerta Tierra. Son los llamados Conductos Reales, y de cuevas tienen poco, ya que están horadadas por el hombre a pico y pala, piedra a piedra y ladrillo a ladrillo hace más de dos siglos (entre los siglos XV y XVII), cuando Cádiz era una ciudad que defender ante los piratas y ante las actuales Puertas de Tierra se erigía una fortaleza defensiva, bajo la cual discurría un laberinto de pasillos que se extiende como tentáculos.

No se queda ahí el submundo gaditano: de hecho, hace dos años la empresa Monumentos Alavista descubrió la existencia de una galería que podría alcanzar los 5 kilómetros y que se remontaría mucho más atrás, a época romana, y que pretendían recuperar (sin éxito) para el turismo.

Con el tiempo, a mediados del siglo XIX, Cádiz dejó de tener que ser defendida por la fuerza bruta; y las grutas fueron tomadas por los indigentes que las usaron como cobijo gratuito, bautizándolas como las famosas cuevas: húmedas, oscuras, insalubres. Hoy día las cuevas sólo son recorridas por insectos y ratas, aunque cada cierto tiempo, alguien da con una entrada oculta. «Haciendo una reparación, encontramos a los pies de uno de los patrones una bóveda que unía los dos glacis, pero se tapó», explica Daniel Gómez, que recuerda cómo de pequeño «nos metíamos por un agujero del colegio Columela».

Ahora advierte: «Meterse es peligroso, porque hay derrumbes y es un laberinto».