Opinion

Zapatero reacciona

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El presidente Zapatero quiso reaccionar ayer ante las dificultades que ha atravesado el Gobierno en las últimas semanas a cuenta del secuestro del Alakrana, con un acto partidario que reunió en Madrid a gran parte de los dirigentes del PSOE, cuyo cierre de filas en torno a su secretario general evidencia una preocupación compartida ante la merma que los últimos acontecimientos han podido causar en la credibilidad de los socialistas. El mensaje que Zapatero quiso trasladar al PP, combinando su desdén hacia el liderazgo que ejerce Rajoy con su solicitud de que los populares participen en la aprobación consensuada de la Ley de Economía sostenible o en el establecimiento de un pacto en materia de educación fue el reflejo de la ambivalente actitud que pretende mostrar frente a la oposición y ante aquellos sectores de la sociedad que se manifiestan distantes respecto a su acción de gobierno. Una ambivalencia que le permitirá granjearse la adhesión de los más entusiastas, pero que impide generar el clima de confianza necesario para que el talante de diálogo del que hace gala el presidente contribuya de verdad a allanar todos aquellos caminos que requieren del consenso político para que la sociedad española avance. Lo relevante es la deriva que toman los asuntos públicos cuando acaban siendo conducidos desde la necesidad que las siglas en el poder sienten de tomar la iniciativa. Un mes largo más tarde de lo que Rodríguez Zapatero había anunciado, el Consejo de Ministros aprobará el próximo viernes el proyecto de Ley de Economía sostenible. No habrá habido, en los 30 años de democracia, muchas normas tan largamente publicitadas y tan enigmáticas en cuanto a su contenido final. El Gobierno ha incurrido en uno de los grandes riesgos del marketing político: el anuncio de algo que viene presentándose como la panacea en la que concurrirían la sostenibilidad y el cambio en el patrón de crecimiento. Aunque lo primero que deberá demostrar el ejecutivo de Rodríguez Zapatero es que todo eso merecía hacerse mediante el poder demiúrgico de una ley que inaugure un tiempo nuevo, y no a través de planes y presupuestos de apariencia más realista y concreta.