LA TRINCHERA

Dinero y maquillaje

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A ver si les suena. Abuelo y nieto pasean por un parque, musiquita tierna, paisaje otoñal. Una voz en off, serena y confiada, explica que La Marca pelea, diariamente, por nuestra felicidad, por nuestro equilibrio interior, por el futuro de la especie. El espectador piensa que se trata de una nueva ONG, pero no: es un banco, o una hidroeléctrica, o una operadora de telefonía. La escena puede variar (parejita que se hace arrumacos en la playa, niños perfectos que dibujan arbolitos de colores), pero el mensaje es el mismo. Te quieren mucho, tío. Lo hacen por tu bien. Aplaude. Dales las gracias.

En esta crisis tan crítica la coartada se les ha venido abajo. Sólo hay que echar un vistazo a las estadísticas de reclamaciones. Los consumidores que todavía consumen (algo) han aprendido de golpe que detrás de tanto maquillaje, de tanta postal edulcorada, de tanta caricia y tanto adagio, había un objetivo un poco menos altruista que el de Médicos Sin Fronteras: ganar dinero. Parecía obvio, ya. Pero cuando los billetes crujían en la cartera a la peña se le olvidó. Ahora resulta que todos los grandes han bajado los precios (¿cuánto de más pagábamos antes?), aunque siguen aprovechando los entresijos de la burocracia mercantil para sangrar un eurito por allí y otro eurito por allá. Comisiones inescrutables, redondeos, extraños porcentajes que siempre pesan a su favor. La gente tiene que seguir pagando la luz, y el agua, y hablando por el móvil para quejarse de lo mucho que les cuesta tirar para adelante. Así que tragan, pero menos. Cuando esto pase (y pasará), volveremos a abonarnos colectivamente a esa amnesia voluntaria. A nadie le dará por pedir audición con el sonriente director de su banco y tratarlo con la misma dureza con la que trataría al chorizo que (así como de pasada) intenta sisarnos los cinco euros que sobresalen del bolsillo del pantalón. No. Al fin y al cabo, él es el Gran Hombre que vela por nuestro dinero.