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La pelota, en el tejado del promotor

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L a provincia de Cádiz tiene 9.000 viviendas -nada más y nada menos- en stock. Es decir, recién construidas y sin vender. ¿Por qué? Pues porque durante la época de bonanza, de vacas gordísimas, en la que nos creíamos todos millonarios, quien más quien menos tenía un primo que se metió a constructor. O como mínimo, a promotor inmobiliario. A dueño de una de esas agencias que hasta hace un año aparecían como setas en cada esquina y de las que ya no quedan apenas tres o cuatro. España en general y Cádiz en particular se lanzaron a construir cuan Pocero de andar por casa. Y cuando llegó el tsunami de la crisis, arrasó con todo. Hoy, cientos de promociones de pisos están paradas y otras tantas se terminaron, pero no se vendió ni un triste loft. Consecuencia, lo que les decía: 9.000 viviendas nuevecitas que nadie puede comprar. Una ruina.

Los motivos fundamentales por los que no se venden los pisos son dos y son de perogrullo. Por un lado, los bancos siguen sin conceder préstamos. Ni a las empresas ni a los particulares. La histórica bajada del euribor no ha motivado suficientemente a los banqueros para colaborar en la recuperación de la economía, pese a que una de las primeras medidas del Gobierno fue inyectarles pasta por un tubo. Algún día explicarán los banqueros en qué lo emplearon, más allá de en aumentar sus propios beneficios, pero esa es otra historia.

La otra razón principal por la que el mercado inmobiliario está parado es que, sorprendentemente, los precios de las casas apenas han bajado. La ley de la oferta y la demanda se rompe claramente en este asunto. Cuando todo el mundo tenía la obsesión de ser propietario o el anhelo de especular comprando y vendiendo casas, los precios se dispararon de forma obscena. Ahora que nadie compra, apenas bajan.

Con esta radiografía de la situación, la Junta de Andalucía ha lanzado una propuesta pelín enrevesada, pero que podría ser una magnífica solución a poco que todas las partes pongan algo de buena voluntad. Por un lado, Griñán ofrece una ayudita a los que deseen comprar. Un pequeño préstamo de 15.000 euros repartidos a lo largo de nueve años para aliviar un poco la cuota mensual de la hipoteca. Pasado ese tiempo -esperemos que para entonces la cosa se haya normalizado y todos estemos un poco menos afixiados-, habrá que devolverlo.

Por otro lado, y aquí está la clave del éxito o el fracaso de este plan, ofrece la posibilidad a los promotores de dar salida a todas esas casas que construyeron pensando en forrarse y que ahora les están arruinando la vida al no poder darles salida.

El mensaje para ellos es claro: venda usted a precio de coste. Si está dispuesto a hacerlo, yo le proporciono comprador. Ha llegado el momento de elegir. O aguanta o renuncia a esos pingües beneficios con los que soñaba pero que ya nunca llegarán.

A priori parece una excelente solución para las dos partes. Los compradores tienen la oportunidad de comprar más barato -con pequeña ayuda extra incluida- y los vendedores de quitarse la soga que en estos momentos tienen muchos de ellos en el cuello, que ya llegarán tiempos mejores. La pelota, indudablemente, está en el tejado de estos últimos, que son los que deben decidir rebajar sus precios.

Pese a todo, y volviendo a lo anterior, aún existe un último obstáculo: los bancos. De nada servirá que unos y otros estén de acuerdo en una compraventa si a la hora de pedir la hipoteca el grifo sigue cerrado. Volvemos al punto clave cada vez que tocamos cualquier asunto relacionado con la crisis y contra el que parece que no hay solución. Cuando Zapatero pedía aquello de la solidaridad para salir de esta, se le olvidó pedírsela a quien más debía hacerlo. A quienes siguen publicando sin ningún pudor sus inmensos beneficios anuales a base de ahogar a sus clientes. Si ellos no están por la labor, no hay plan que valga.