La madre de José Luis Paramio le daba el pecho en la trastienda de la frutería cuando sólo tenía unos meses de vida

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L levan más de cuarenta años detrás de un mostrador en el Mercado Central aunque sus vidas han estado siempre ligadas al arte de comerciar. Representan el antes y el después de un edificio que es historia viva de la ciudad y que dentro de quince días volverá a recobrar el bullicio que durante casi dos siglos ha sido su gran peculiaridad.

Ellos regresan para ocupar los puestos que heredaron de sus antepasados, los verdaderos artífices de la supervivencia del recinto y de sus tradiciones. Hasta cuatro generaciones familiares han llegado a pasar por algunos de los negocios.

JOSÉ LUIS PARAMIO

Cuatro generaciones de fruteros

Si volvemos la vista atrás medio siglo atrás vemos a José Luis Paramio con apenas unos meses en la frutería de sus padres. «Mis padres me tenían que traer y mi madre me metía en uno de los conos para darme el pecho», asegura el actual presidente de la Asodemer.

A partir de aquí comenzó una trayectoria impecable, que siempre ha estado relacionada con la fruta. Con tres años vendía perejil en la mano y con seis ya andaba por la lonja llevando la fruta en carros que su padre había comprado en las subastas.

José Luis también ha sabido transmitir a sus hijos la profesión y la vocación, por eso sus tres descendientes también se dedican a ello. Dos de ellos tendrán un puesto propio en el nuevo Mercado e intentarán mantener vivo el negocio familiar. Selu, Davinia y Rubén, con tan sólo 20 años, se convertirán entonces en la cuarta generación de los Paramio en el nuevo Mercado.

«Ahora la cosa ha mejorado, ya que antes había que esperar a que mi padre vendiera algo para que nos diera dinero para poder comprar. Antes estaba todo abarrotado, pero había más piojos y hambre que ahora», presume el comerciante.

PACO TIGRE

El testigo del rey del pescado azul

Paco Tigre aprende piano en el Conservatorio de Música y tiene dos títulos: el de técnico de laboratorio y el de administración de empresas. No es un pescadero común. Cuando era pequeño, su padre les obligó a estudiar, tanto a él como a sus seis hermanos, de manera que la tradición familiar estaba abocada a terminar.

Sin embargo, hace ocho años Paco dejó su trabajo en las Clínicas Pascual para dedicarse al negocio que asentó y mimó José durante toda su vida. «De mi padre decían que era el rey del pescado azul. Por eso tenía el suministro del barco que iba a Canarias y también a Gonzalo del faro en sus inicios», narra el famoso comerciante.

Esta admiración por la persona que le educó le ha llevado incluso a incrementar su negocio y hace tan sólo unos meses compró otro de los puestos del rehabilitado Mercado. «Allí estará un chaval que empezó con catorce años con mi padre y hoy en día tiene 47. La gente también pensaba que era su hijo», recuerda. En la actualidad, Paco sigue manteniendo la clientela de su antepasado, que incluso viene desde otras localidades de la provincia: «También viajan desde Córdoba, Madrid o Santander», añade. Según comenta, «me caracterizo por tener un pescado caro pero bueno porque suelo tener la alta gama. Aún así hay clientas que todavía me dicen que no han comido mejores boquerones que los de mi padre», presume.

PERICO MELU

Heredero del arte de la tablajería

Hace tan sólo una semana que Perico Melu perdió a su padre, del que además de heredar su nombre recibió una lección magistral de sacrificio. Tenía 92 años y Pedro dijo adiós a la vida sin haber podido ver con sus ojos aquellos antiguos tenderetes convertidos en puestos de lujo. Sin embargo, dejó a su hijo como defensor de su puesto, de un negocio familiar forjado en el empeño de Mamá Curra y Agustín, sus abuelos, que ya ocupaban uno de los negocios en los años veinte.

La familia de los Melu son conocidos, sobre todo, porque hasta el año 1967 fue la que se ocupó de vender al público la carne de los toros de la Plaza de Cádiz. «La gente hacía cola desde las cinco de la madrugada hasta las ocho que abríamos para poder comprarnos la carne», comenta el carnicero. «La primera siempre era la misma señora, a la que llamábamos Manolita La Primera», recuerda entre risas. Ahora, los tiempos han cambiado y asegura que ya no existen tablajeros educados en el arte de cortar la carne, sino simplemente vendedores de género. «También han cambiado las generaciones, los gustos y la forma de cocinar», apunta el tendero. Por este motivo, ya no son las butifarras o los chicharrones los que adornan sus escaparates sino el hígado, la ternera o los derivados del pollo.

MANOLO

El recovero más limpio

Los pollos, las gallinas o los huevos frescos asoman en la vitrina de Manolo, el recovero. «Tiene el puesto más limpio de Cádiz», comenta algún cliente mientras lo entrevistamos en la hora punta.

Acaba de terminar de atender y vuelve a pasar el trapo para recoger los restos del pollo que acaba de preparar. Siempre ha regentado el negocio en solitario ya que no procede de una familia de comerciantes sino de policías.

Sin embargo, sus 42 años en el Mercado le han permitido ganarse un hueco entre la extensa clientela que cada mañana recorre pasillo a pasillo cada uno de los puestos en busca de los mejores y más frescos alimentos. Son ojos expertos a los que es difícil engañar.

De hecho, cuenta con clientas desde hace 30 años, como Marina, que nunca falla, y que ha transmitido su recovero de toda la vida a su hija Vanessa. «Llevo tanto tiempo aquí que incluso he visto cómo se morían algunas de las clientas de toda la vida», lamenta el popular tendero.

Ahora, afronta esta nueva etapa con optimismo, donde espera terminar sus días, disfrutando de una época mejor que la que le tocó vivir en su juventud.

Sus vidas son el mejor testimonio de la historia del Mercado Central, donde sus hijos pueden escribir un nuevo capítulo.