ANÁLISIS

Los locos de la verdad

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sin duda alguna, uno de los hallazgos más importantes para cualquier artista es conseguir su personal Estilo. Esto significa que se han encontrado los medios y las formas necesarios para expresarse, dotando además al resultado, de un sello propio y característico sin abandonar la búsqueda de nuevos lenguajes. Ejemplos de Estilo abundan en la pintura, en el cine, en la arquitectura. pero en el Teatro son más bien infrecuentes. No es extraño que un artista, a título individual, consiga su personal modo de proyección; lo extraordinario es que lo consiga un colectivo, -y más aún dentro del Teatro. La Zaranda es precisamente una de esas rara avis que no dejan de sorprendernos en cada montaje. Se reinventan, se reafirman y nos confrontan siempre con esos mundos aparentemente caóticos, decadentes y apocalípticos que crean en sus inigualables propuestas. Con frecuencia nos remiten a entornos y situaciones límite que aprisionan y modifican el comportamiento de sus personajes. En ésta ocasión, el mundo paralelo que utilizan para reflejar la absurda realidad que vivimos, es un manicomio. En este centro psiquiátrico los personajes, aislados y marginales, se descubren solos, sin mando, sin gobierno y sin futuro. En estas circunstancias, las condiciones adversas hacen aflorar los fanatismos y disputas más grotescas por reestablecer un orden más de costumbres que de necesidades. Pero lo menos importante en esta propuesta es la mera anécdota. Lo verdaderamente importante es la sobria, inteligente e impactante fuerza de palabras e imágenes al servicio de planteamientos filosóficos y reflexivos que elevan al Teatro al nivel de Ceremonia. La complejidad y maestría de los jerezanos radica fundamentalmente en que son excelentes comunicadores a favor de lo bello y de lo humano y siempre a través de juegos metafóricos y distintos planos de lectura que permiten alejarse de cualquier adoctrinamiento a la hora de dejarnos clara su postura ante este mundo que nos toca vivir. Nos transmiten preocupaciones universales como la muerte, lo inútil del poder, lo absurdo de la guerra y lo trascendente de la fe en la vida. Es increíble presenciar la sutileza con la que son capaces de llegar a nuestra memoria ya sea por la palabra, por el humor, o por el uso de la iconografía subyacente en nuestro bagaje cultural.

Si la calidad de su trabajo no sólo estético y formal es excelente, se debe sobre todo, a que su compromiso con el Teatro es existencial. Para hacer teatro como necesidad vital hay que hacerlo desde una profunda verdad que la Zaranda consigue en cada propuesta. Ojalá que estos locos sigan iluminando los escenarios con sus verdades. Aún tenemos fe en que el Teatro es un lenguaje vivo para conectar con la conciencia, el alma y la memoria.