El capellán celebra misa cada día a las ocho de la tarde. / M. AYESTARÁN
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«Lo que se libra aquí no es una cruzada antiterrorista»

Luis Miguel Muñoz cumple su primera misión como capellán castrense con las tropas españolas en Afganistán

ENVIADO ESPECIAL. HERAT Actualizado: Guardar
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«Preparé un poco de agua bendita en una taza de café, cogí algodón y entré en el Role-2. Esperé en una esquina mientras los médicos intentaban reanimarle y en cuanto vi el momento oportuno me acerqué. Tocándole la frente tres veces con el algodón húmedo le bauticé y después, con la cruz, le confirmé. Dios cumplió su promesa con Cristo». A Luis Miguel Muñoz Ríos (Campo de Criptana, Ciudad Real, 1959) todos le conocen en la base internacional de Herat como el pater. Su primera misión como capellán castrense en el extranjero le trajo a Afganistán y aquí su camino se cruzó para siempre con el del cabo español Cristo Ancor Cabello, fallecido el pasado 7 de septiembre tras pisar el vehículo en el que viajaba un artefacto explosivo en Shinwasan, a apenas 20 kilómetros de la base.

«Un buen día apareció por aquí. Me dijo que había escuchado mis palabras de presentación y que le gustaría ser bautizado. Desde entonces empezaron las bromas sobre el bautizo de Cristo, toda una paradoja que con ese nombre no fuera cristiano, ¿no? Cosas de las madres, me repetía cada vez que se lo preguntaba», recuerda el pater mientras repasa en su ordenador las fotos del difunto cabo que empezó a recibir las clases religiosas a finales de agosto. «Era el primero en llegar y mostraba un interés tremendo. Cuando estaba presente tenía que distinguir entre Jesucristo y Cristo, ya no tendré que volver a hacerlo. ¡Qué pena!», asegura el capellán.

«Estas desgracias hay que vivirlas como un despertar y mucha gente vuelve a Dios en los momentos más difíciles. Aquí te pueden quitar la vida en un segundo, se vive de verdad la debilidad y nos damos cuentas de que se puede vivir con muchas menos cosas de las que tenemos en nuestras vidas normales», piensa el pater, que además de los servicios religiosos asegura que hace labores de psicólogo. Le gustaría que los afganos se quitaran de la cabeza la idea de «cruzada contra el terrorismo» que Bush intentó imprimir a esta misión desde el comienzo, porque «los cruzados tenían el objetivo de liberar los lugares santos conquistados por los musulmanes y aquí no ocurre nada de eso».

El capellán piensa que «no habrá paz hasta que se toque de verdad el corazón de los afganos. Hay que cambiar su forma de pensar y esto se hace a base de propuestas, no de imposiciones. Los occidentales somos ingenuos y prepotentes y tratamos de exportar nuestro sistema sin darnos cuenta que nosotros no llegamos a la democracia en dos días».

Ornamentos alitúrgicos

La campana suena tres veces cada día en la base para llamar a la misa de las ocho de la tarde. Normalmente no acuden más de tres personas, aunque los domingos puede llegar a las setenta. Junto a la Biblia y las imágenes sagradas que decoran su estancia llama la atención el chaleco antibalas y el casco de camuflaje con la inscripción pater, lo que él llama «ornamentos alitúrgicos». Viste como un militar, pero no se mimetiza con el resto.

No puede borrar de su cabeza la mañana del atentado que acabó con la vida de su catecúmeno, Cristo Ancor Cabello. Estaba rezando cuando se dio cuenta de que la tropa miraba en silencio hacia la puerta del hospital. Acostumbrado al trato con los jóvenes desde sus tiempos de sacerdote en Mazarrón (Murcia), éste se intensificó desde su entrada en el Ejército en 1996. Después llegarían San Fernando (Cádiz), Zaragoza, Alcalá de Henares (Madrid) y, ahora, Herat.

Como al resto, pronto le llegará el turno de volver a casa. No tiene aun asegurado su nuevo destino, aunque intentará hacerse con la vacante de la Academia de Toledo, pero sabe que seguirá vinculado a la vida castrense. Le gusta vivir en esta que llama «la única diócesis personal» .