ANÁLISIS

Sentido común

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B ajo fuertes condicionamientos políticos, pero también meteorológicos, la autoridad electoral afgana decidió ayer que el 7 de noviembre se celebrará una segunda vuelta para elegir presidente después de que las partes en pugna, y hasta el candidato a la reelección, Hamid Karzai, reconocieran un extendido fraude en la primera ronda del proceso.

Tanto que la estimación de votos en su favor quedó por debajo del 50% necesario. Ahora, con un calendario tan apretado y las temidas nevadas en puertas, se aprecia lo bien fundada que estuvo en su día la crítica recibida por el aplazamiento de la elección presidencial, que pasó de abril a agosto por razones técnicas y logísticas: censo, ordenadores, transporte, falta de preparación de los interventores... Y, por debajo, por el deseo de que mejorara algo la situación militar sobre el terreno, lo que no ha ocurrido.

Cuando parecía que Karzai no aceptaría que hubo trampas, un viento de pánico se apoderó del escenario porque él será todo lo discutible que se quiera, pero es el candidato pastún mejor colocado, conoce el mosaico tribal y clientelar como nadie y tal vez vuelva a ganar sin ayudas espurias, como, por cierto, parecía vaticinar el sábado Hillary Clinton. Hasta surgió la posibilidad de que todo el mundo cerrara los ojos y, a cambio de quedarse sin más en el sillón, Karzai aceptara un Gobierno de unidad nacional con amplia presencia de sus adversarios.

El principal de ellos y segundo clasificado en la primera vuelta, Abdalá Abdalá, se negó juiciosamente. «El mandato de Karzai ha terminado y no haremos nada por prorrogarlo sin más», dijo, mientras el dichoso argumento del riguroso invierno sugería la posibilidad de dejar la segunda vuelta para la primavera próxima. Un disparate que aseguraba una inquietante interinidad. Por lo que el sentido común se ha impuesto y se opta por lo que, como mucho, es la menos mala de las decisiones: celebrar la nueva cita con las urnas lo antes posible.

Las cosas no cambiarán por eso, es verdad. Pero la formación de un Ejecutivo elegido y pretendidamente estable dejará sin efecto uno de los argumentos, o pretextos según algunos, del presidente estadounidense, Barack Obama, para no enviar más tropas a Afganistán. Se acerca así, un poco más, la hora de la verdad para Washington.