Editorial

Rectificación exterior

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La intensa dedicación del presidente del Gobierno a reanimar la presencia de España en el exterior con viajes a la Asamblea General de Naciones Unidas, la cumbre del G-20 y visitas a la Casa Blanca y Oriente Medio se ha convertido en hecho noticioso al resaltar con un esfuerzo intensivo e inhabitual, el considerable vacío en la política exterior del día a día. Tal vez Zapatero haya acabado por reconocer la trascendencia de la acción exterior a medida que se acerca al ecuador de su segundo mandato, o haya encontrado en la escena internacional una vía de escape a los problemas domésticos que le asedian. Pero sea cual sea la razón de esta súbita conversión hay que confiar en que la oportunidad ahora explícita de forjar una cooperación más estrecha entre la Administración Obama y la presidencia española de la UE en el primer semestre de 2010, acabe favoreciendo un replanteamiento formal de una acción exterior, carente de pulso y de dirección y lastrada en su continuidad y fiabilidad por demasiados tics ideológicos. Además sería preciso renunciar a la tentación de la prosopopeya gestual con metas siempre de carácter planetario para fijar objetivos claros y realistas -la solución del conflicto de Oriente Medio sencillamente no está a nuestro alcance-, revisando al tiempo los medios con los que cuenta nuestra administración para alcanzar una mejor coordinación de los ministerios que protagonizan esta proyección exterior y no repetir el bochornoso episodio de los mensajes contradictorios sobre la permanencia en Kosovo de nuestras tropas. La presencia hoy en la Habana del ministro de Exteriores constituye un acabado ejemplo del tipo de iniciativas que es preciso replantear en nuestra política exterior. El ministro ha decidido quebrar el consenso europeo e ignorar la posición común de la Unión, que requiere a todos los Estados miembros mantener un diálogo activo con la oposición a la dictadura castrista. La excusa de que bajo presidencia española de la UE en 2010 este mandato se cambiará y de que lo que conviene ahora es el diálogo político con los hermanos Castro, hasta el momento completamente infructuoso, no justifica este demarque. Moratinos no dedicará un minuto a recibir a ningún disidente, pese a que es del todo presumible que la futura transición reclame el protagonismo de los representantes de una mayoría silenciosa, que exigen libertad a un régimen en decadencia.

El hecho de que los representantes europeos hablen con la oposición a Castro les legitima y ayuda en su lucha por cambiar las cosas y el no hacerlo les dificulta su actuación. España debe jugar un papel importante en la transición cubana, impulsando la reconciliación y la democracia pero cuando llegue este momento la oposición democrática no puede encontrar a nuestro gobierno conversando amigablemente con los opresores.