Mariano Rajoy ofrece una rueda de prensa, la primera en seis meses, el pasado jueves en la sede central del PP, en la calle Génova. / REUTERS
ESPAÑA

La crisis de Valencia pone al descubierto la debilidad del PP de Mariano Rajoy

El partido nunca se había desestabilizado tanto internamente, y sólo para conseguir el cese de un secretario regional

MADRID Actualizado: Guardar
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La fiesta terminó, pero ahora hay que recoger los platos rotos y reparar los desperfectos. Tenía razón Mariano Rajoy cuando dijo que no actuó con precipitación ante la crisis provocada en su partido con el caso Gürtel. Trató de resolver el conflicto a su manera, pero el drama que provocó supuso un coste demasiado elevado para el efecto que pretendía conseguir. Nunca antes el PP se había desestabilizado como sucedió con la crisis de Valencia, y todo por el cese de un secretario regional.

Para muchos en el partido de la derecha, lo que ha sucedido esta semana no fue una sorpresa. La debilidad del PP de Rajoy -que se puso de manifiesto el pasado martes 13 en toda su magnitud- no es más que el reflejo de los cambios que ha experimentado el partido desde que José María Aznar lo dejó en manos del actual líder de la oposición. Pocos podían imaginar que aquel PP sometido a la férrea disciplina impartida por su presidente y aplicada por el general secretario, Francisco Álvarez Cascos, podría devenir en la organización cogida por alfileres que los españoles vieron crujir a cuenta del sainete de Valencia. De los ajustados corsés que cortaban el flujo sanguíneo de las antiguas estructuras territoriales se ha pasado a una especie de sistema cuasi federal en el que los barones autonómicos se conducen como reyes de taifas. Los presidentes y secretarios provinciales vivían bajo un estricto marcaje de Cascos y ni se les ocurría dudar ante las órdenes marciales que, a menudo en medio de sonoras broncas, recibían del secretario general. Apenas nada se sabía de los expeditivos relevos en los distintos territorios, reducidos a meros incidentes. Jamás un líder autonómico se atrevió a desoír las instrucciones del presidente ni un dirigente de segunda fila osó retar a la dirección.

Aznar conducía el PP con mano de hierro y dominaba a sus subordinados con sólo una mirada. Era evidente que aquel modelo resultó eficaz para alcanzar el poder y aglutinar a toda la derecha española pero, en una democracia madura, incluso los más 'aznaristas' sabían que tendría que evolucionar hacia un régimen más participativo y democrático. La ley del péndulo funcionó y la realidad superó todos los pronósticos.

Cuando Rajoy acababa de ser nominado sucesor, Luis de Grandes, vaticinó que el político gallego cambiaría el PP y le daría la vuelta como a un calcetín. Estaba convencido de que el nuevo líder no rompería bruscamente con el pasado pero pronosticó que, de forma sutil, «en unos años al partido no lo conocerá ni la madre que lo parió». Y, efectivamente, Manuel Fraga, parece un tanto descolocado.

Nuevo estilo

Los dirigentes más clásicos del PP -con muchos cargos y trayectoria en el partido- alertaron hace tiempo de los riesgos que amenazaban a la organización con el nuevo estilo. Creían que, poco a poco, el partido se estaba convirtiendo en un reflejo de su líder, con todos sus defectos y virtudes. Con un funcionamiento más relajado, más lento y más caótico; con criterios y posiciones flexibles o inexistentes; con disparidad de opiniones entre sus cuadros y con unos mandos versátiles que no ejercen necesariamente las funciones que corresponden a su cargo. Por ejemplo, algunos dirigentes se preguntaron dónde estaba la secretaria general cuando Rajoy mantuvo el tenso tira y afloja con Camps hace una semana. Es una incógnita el motivo por el que Cospedal viajó a Lugo mientras, a primera hora del viernes 16, la dirección enviaba al vicesecretario de Comunicación, Esteban González Pons, y al vicepresidente de la Generalitat, Juan Cotino, a meter presión en el PP valenciano para forzar a Camps.

«¿Qué pintamos los últimos meses yendo continuamente a Valencia y a Castellón a apoyar a Camps sabiendo lo que se nos veía encima?», se preguntó una de las dirigentes 'clásicas' de la organización después de conocer los contenidos del sumario del 'caso Gürtel'. El hecho de que el presidente valenciano haya sido decisivo para que Rajoy mantuviera el liderazgo en el partido -en el congreso de 2008- le obliga a ser su deudor incluso en estas circunstancias.

De aquellos polvos, estos lodos. Los críticos vieron con malos ojos la autonomía que el presidente concedía a los líderes regionales desde el inicio de su mandato. El poder de las 'baronías' ha sido el anatema que la dirección del PP ha temido y Aznar nunca consintió. Rajoy abrió la mano y permitió sin rechistar que su estrategia contra las reformas estatutarias saltara por los aires. Baleares y la Comunidad Valenciana fueron las primeros en romper la disciplina y después, la dirección aceptó que la norma estatutaria andaluza siguiera los pasos de la catalana. En la reforma del sistema de financiación autonómica ocurrió algo parecido. El discurso de oposición se vio desbordado por los intereses de los líderes territoriales y el presidente nacional se achantó. En paralelo con el vodevil valenciano, los diputados vascos se indisciplinaron, como su presidente Antonio Basagoiti, que discrepó públicamente de la línea oficial en el blindaje del concierto vasco.