ANÁLISIS

Dos por uno

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T anto se alejan los dirigentes políticos de la calle que cuando las cosas van mal lo único que se les ocurre decir es que tienen un problema de comunicación. Tantas veces han eludido una explicación, una comparecencia, unas razones que tranquilicen a los suyos, que cuando llegan los problemas la causa siempre es la comunicación.

Y no, señor. Son los hechos. Son los actos los que comunican y no las palabras. Vivir sin argumento, o con el argumento de la insinuación; vivir al filo de lo moralmente aceptable y siempre por encima de lo razonable termina por explotar. En Valencia y en Madrid. Algún día habrá que explicar cómo un partido robusto y sólido como el PP valenciano transita ahora en los terrenos de la melancolía política, cuando no de la depresión.

Camps y los suyos llevan siete meses sin gobernar, a la defensiva e instalados en la inacción. Sobreviven, nada más. Camps, abrumado por una estética que le acompañará de por vida, no supo hacer frente al asunto de los trajes. Negó, y además negó de la peor forma que se puede negar: para nada y por nada. Quizá ya sabía lo que venía después, pero en todo caso sólo la verdad le hubiera salvado. Ahora que me dicen que el presidente valenciano reza mucho y se deja asesorar por un sacerdote debería reparar en eso de San Juan: la verdad te hará libre. Camps vive en la encrucijada y en el disparate y él lo sabe: las mismas razones por las que han echado a Costa concurren en su persona.

Hechos, y contra hechos no valen las razones. ¿Cuánto nos falta por saber? ¿Cuántos bigotes, correas, regalos y coches de lujo faltan por aparecer? Camps lleva meses sin responder a los periodistas, aunque diga que somos «agradables y educados» -¿hace falta mentir de esta manera?-. Nosotros estamos para contar y criticar y no para decir lo que han de hacer aquéllos que responden cada cuatro años ante las urnas. Pero si hoy me pidieran que diera un consejo sólo diría: cuente la verdad. Hágalo ya porque tarde o temprano saldrá.

La verdad de lo ocurrido en Valencia es el único camino para que las cosas vuelvan a ser lo que son. Y es por desgracia ésta: un país con la economía por los suelos, un déficit galopante, unas pensiones amenazadas, una Ley de Dependencia imposible que engañó a millones de españoles necesitados; un presidente instalado en la paz y la tolerancia en Siria y Jerusalén. Un Zapatero sonriente ante un Obama complaciente.

Y unas encuestas, todas, que dicen lo mismo: que si hoy hubiera elecciones, el PP las ganaría. No sé si Camps está para reparar en todo esto. Quizás alguien, Costa por ejemplo, se lo podría explicar. Dos por uno, presidente.