EL AVATAR

Eternamente jóvenes

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Un prometedor joven ha terminado su formación. Tiene suerte y encuentra un trabajo. Pero transcurrido algún tiempo sigue en el hogar paterno. Percibe un sueldo que aún siendo discreto le permitiría echar raíces en otro lugar. Al contrario de lo que muchos creen no se emancipa porque no quiere.

Este joven ha crecido con todas las comodidades posibles. Huye de excesivas responsabilidades. Evita oír hablar de compromisos. Porque sin preocupaciones todo resulta mucho más cómodo. Poco a poco se ha convertido en un egoísta.

La realidad es que salvo que se trate de un deportista de elite con un salario estratosférico, el treintañero busca la garantía económica, la tranquilidad y no se arriesga a nada hasta que no haya suficiente solidez.

El problema es que la vida es cada vez más compleja y dejar transcurrir los años en busca de tanta estabilidad puede resultar una pérdida de tiempo irreparable. En el fondo esa tendencia no favorece las relaciones sociales ni el desarrollo de la persona.

Es triste pensar que hay demasiados adultos que, teniendo recursos, no han abandonado el hogar familiar. Son muchos los que a sus treinta años sólo suspiran por llegar a normalizar algún día su situación laboral.

Será una cuestión de educación o de personalidad. Si existen los medios necesarios, debemos estar preparados para asumir el papel que nos toca en cada etapa de la vida. Sin embargo algunos que no han madurado se resisten y quieren vivir como si fueran eternamente jóvenes. Y olvidan que los años pasan cada vez más deprisa.