Fotografía de archivo tomada el 23 de julio de 2008, que muestra a Obama, junto al presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas (d), en la ciudad cisjordana de Ramallah./ Efe
ANÁLISIS

¿Merecido?

Después de menos de un año en su puesto, Barack Obama ha recibido el Nobel de la Paz en tiempo récord y sin los traumas que han acompañado a algunos de sus predecesores

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A lo mejor no fue capaz de convencer el comité internacional olímpico para que le regalaran los Juegos Olímpicos de 2016, ni exhibió suficiente habilidad en el Congreso para que llegara a un buen puerto su plan original para reformar el sistema de sanidad de EEUU. Pero los jueces de los premios Nobel en Estocolmo han demostrado apreciarle mucho.

Después de menos de un año en su puesto, Barack Obama ha recibido el Nobel de la Paz en tiempo récord y sin los traumas que han acompañado a algunos de sus predecesores. Woodrow Wilson tuvo que esperar a que terminase una de las guerras más sangrientas de la Historia y la publicación de sus 14 puntos para la paz global (tristemente ignorados tanto por el Congreso EEUU como en el extranjero).

Jimmy Carter había estado 12 años fuera de la Casa Blanca (tres veces más que el tiempo en que la ocupó) antes de ser reconocido por la Academia sueca. La elección de otros con una relación estrecha con el presidente de turno, como Henry Kissinger, suscitó una polémica total: le otorgaron el premio por llevar la paz a Vietnam, pero solo después de consentir a la bombardeo intensísimo de Laos y Camboya. El peligro para Obama de este reconocimiento no es la polémica ni la controversia, sino algo peor para cualquier político: el ridículo.

Los ganadores en el pasado incluyen a personalidades como Willy Brandt (nombre adoptado como guerrero de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial), la Madre Teresa (que pasó su vida con los más pobres en la India) y Nelson Mandela (encarcelado durante décadas por sus creencias). Obama no ha protagonizado – ni podría haberlo hecho – ese ejemplo en esta etapa de su vida. A lo mejor lo hará. Pero hoy, simplemente, no se sabe cómo va a evolucionar su presidencia. En estos momentos, EE UU sigue estancado en la guerra de Afganistán. A pesar de haber desplegado sus mejores esfuerzos y los de senador Mitchell, no hay avances perceptibles en el Oriente Medio. No se sabe todavía cuál será el resultado de la importante cumbre de Copenhague sobre cambio climático. Y hay un sinfín de etcéteras.

Así que el premio no es que resulte equivocado como tal, sino que ha llegado demasiado pronto. Obama disfruta de una autoridad natural y de la buena voluntad mundial. Pero lo que necesita su Administración en este instante son resultados concretos, no pulir más la imagen del presidente. Obama no necesitaba este premio. No deberían habérselo ofrecido y la Casa Blanca no debería haberlo aceptado.