EL COMENTARIO

No existen

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Cuando contemplé la portada de Sharon Stone, divina de la muerte, largas piernas, rubia perfecta, carita de veinteañera, asegurando: «Tengo cincuenta tacos, ¿y qué?», en plan retador, acusándome de no saber ni cuidarme, ni ayunar en lugar de irme a consultar precios para arreglo de óvalo facial, disminución de glúteos, levantamiento de trasero, relleno de tetas y demás minucias, que cuestan un pastizal, decidí que Sharon Stone, la de la foto y el desafío, no existe. Y me quedé tan ancha frente a una caja de bombones.

Ahora he comprendido que Camps y compañía tampoco existen. No es posible tanta perfección en traje y sonrisa, en calcetín y calzones. No puede existir, no señor. Por lo tanto, cuantos le rodean, boca tapada y teléfono móvil en ristre, son sólo sombras chinescas. Como mucho, admito la existencia del Bigotes: esa cutrez de bigote años sesenta macho ibérico salido, esos zapatos marrones, con traje gris ceremonia, a juego con el puro en la mano izquierda, entrando en el bodorrio de la princesa Aznar. Eso es ser, con todas las consecuencias del tópico.

Tampoco existe la esposa de Bárcenas: de dónde si no va a llenar sus cuentas con un millón de euros. Tal vez pudiera existir Rita Barberá: esa papada, ese traje 'mari de barrio' en fiesta, esa voz tan peculiar. Sí, ella puede que exista. Ni siquiera el señor Rajoy existe. Por eso, el buen hombre pone a las chucherías infantiles en masculino, 'los chuches', eso que se llevará el lobo Zapatero con sus artes de zorrilandia. Con lo cual, no sé si me quedo más tranquila o más preocupada. Esa certeza de irrealidad en el entorno termina por convertirse en una pesadilla. Acaso sueño que existo, o será que alguien me sueña y, a la par, todo cuanto creo real tan sólo existe en la pesadilla de otro... ¡Que venga Descartes en mi ayuda! Casi prefiero creer que Sharon Stone existe. Salgo a pedir cita para un levantamiento de trasero, ya que el ánimo, de momento, no se opera.