ANÁLISIS

Castella por la puerta grande

MADRID Actualizado: Guardar
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E l ambiente estaba por y para Morante. Se coreó con calor el dibujo de cinco lances al medio vuelo para templar de salida los pies del segundo cuvillo. Se vibró con un quite de dos chicuelinas de escuela, se celebró un casi quite por delantales con ese toro que atacaba con velocidad y alegría pero tendía a salirse suelto. El toro se picó de corrido y trasero, derribó y romaneó, se resintió de una pelea desordenada, se dolió en banderillas y mugió entonces y después.

No era el toro que quería Morante, que se embraguetó de partida y sin pruebas y estuvo puesto sin remilgos. Compuso cinco o seis muletazos de calma chicha. Difíciles porque el toro tuvo su gota de brusquedad y su mansito final. De meter la cara entre las manos, que es señal de renuncia. A paso de banderillas Morante cobró media defectuosa. Aparicio había traído clientes propios y fieles. Pero no se acoplaron las partes en el primer turno: un toro ensabanado y moteadito, salinera la pinta del testuz, carita de bueno. Pero poca fuerza, un trote flojón y una embestida andarina por falta de fondo. No vino metido en los engaños el toro y Aparicio abrevió. Una estocada.

Después de los dos creadores salió Castella y la corrida cambio de signo. Un Castella colosal. Soberbia y ambición, firmeza, un encaje insuperable, las ideas claras. Venía por todas el torero de Béziers. Una imponente faena al tercero: de severo y abundante dominio de terrenos, de fresco aguante cuando más pesó un toro tan codicioso que hasta tenía su punto agresivo, de no ceder ni un palmo de terreno, de ganar por la mano todas las embestidas, de pasarse el toro con inverosímil ajuste.

Madejas, trincheras, los de la firma y los del desdén cosidos, impasible por arriba, poderoso por abajo, sin más tensión que la del propio querer. Dos tandas de verdad por la mano izquierda. Teatrales en el mejor sentido los cambios de mano por delante para empalmar sobre el mismo cambio la embestida correlativa, que es un alarde tan difícil. Y una estocada de atracarse. Tanta autoridad como valor. Una seguridad fuera de lo común. De manera que Castella borró de golpe cuanto se llevaba visto y saboreado. Y volvió a hacerlo después.

Aparicio no halló la manera de parase con un cuarto de buen aire sólo que ligeramente andarín. Y no lo trajo tapado nunca. Dos garabatos preciosos. Y una estocada de sabio.

Luego, vino una exhibición sin reservas de toreo de quietud de Castella: estatuarios escalofriantes, encaje y ligazón en tandas cumplidas en un palmo de terreno. Ovillos abiertos con cambios de mano y trenzados con circulares cambiados. Un éxito rotundo.