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Semana global

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Con la asamblea del G-20 en Pittsburg, los líderes de las economías más potentes han clausurado una semana de actividad frenética en el escenario global. Tres eventos interrelacionados han tenido lugar estos días, cada uno tratando temas de importancia primordial. Primero ha sido la cumbre especial promovida por Naciones Unidas sobre el cambio climático, una oportunidad para que los países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo ensayen las discrepancias que tendrán que resolver en Copenhague en diciembre.

Luego la Asamblea general de la ONU, en la que al margen de las rocambolescas intervenciones de los presidentes Gadafi y Ahmadineyad, se escucharon reflexiones interesantes por parte de otros dirigentes sobre cuestiones apremiantes como el desarrollo económico y la seguridad nuclear. Y finalmente Pittsburgh, donde el enfoque del debate ha sido la economía global. Durante toda la semana el contacto entre las Administraciones ha sido constante: queda más claro que nunca que nos enfrentamos a una serie de retos globales y que las soluciones deberán ser también globales.

En este G-20 no hemos asistido al drama de las cumbres anteriores, porque ya nos encontramos en otra fase que da razones para ser cautelosamente optimistas. Parece que los líderes del grupo han aprendido del pasado, han trabajado juntos y han acertado. La historia no se ha repetido. El ‘crack’ del 29 desembocó en un estancamiento de la economía y el mundo estalló en piezas nacionalistas y proteccionismo. Ahora se ha impuesto una mayor unidad. Una de las decisiones claves de Pittsburgh es la que concede, como era inevitable, más peso a los países emergentes, en un reconocimiento explícito del crecimiento de un mundo multipolar.

Se ha avanzado de forma más decidida para llevar a cabo una reforma profunda del FMI, a través de la cesión de voto, con el objetivo de que refleje mejor la relevancia de Estados como India o China, a lo que se suma el nuevo papel asignado al G-20 como coordinador las economías más grandes del mundo y garantizar la reforma del sistema financiero; lo que significará que el grupo deberá tener una sede internacional y contar con sus propios recursos. Es obvio que todavía hay discrepancias y divisiones. Pero lo ocurrido esta semana también demuestra una voluntad de ampliar la soluciones compartidas.