CÁDIZ

Los pescadores tradicionales mantienen el oficio más genuino de Cádiz a pesar de las prohibiciones

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C uando Antonio Carrillo compró su pequeño bote de madera en los años 60, se aseguró de colocar en su proa una imagen de la Virgen del Carmen y otra de un Cristo. Estos dos pequeños mascarones se encargaban de proteger a Antonio en sus jornadas en el mar. En sus 42 años de vida, el caletero compaginó su trabajo de carpintero y vigilante del Colegio Mayor Beato Diego con su verdadera pasión, el mar.

Cuando el trabajo se lo permitía, Antonio se embarcaba a las claras del día en su pequeña patera, Tino, para conseguir un sobresueldo con el que mantener a su mujer y sus tres hijos. Después de contemplar el amanecer de Cádiz desde las aguas de La Caleta, el pescador regresaba a tierra firme. Tras vender el pescado en un pequeño bar conocido como El Faro, Antonio regresaba a La Caleta. Allí, le esperaban sus amigos en el club de pesca que él se encargó de fundar junto con otros socios en 1959. Han pasado 38 años desde que Antonio dejó de navegar para siempre con su bote y ahora es su sobrino Manuel el encargado de mantener la tradición familiar.

La pesca, un oficio

Como ya hizo su tío, Manuel desarrolla su actividad en La Caleta, testigo mudo desde la época fenicia de la salida a los mares de los pescadores para buscarse la vida. Sin embargo, a diferencia de Antonio, para Manuel la pesca constituye algo más que un sobresueldo. Supone la única forma de ganarse la vida. «Empecé en esto, como afición, cuando tenía 16 años». Ahora a sus 51 primaveras, Manuel no puede ocultar el oficio al que se dedica. Las arrugas de su rostro y el moreno de su piel le delatan.

Manuel -al igual que la mayor parte de los pescadores de La Caleta- zarpa en su patera a las 5.30 de la mañana. Esa hora, en la que todavía no están puestas ni las calles, es el mejor momento para pescar la caballa, el pescado que mejor se vende en verano. A las 11 de la mañana, Manuel ya está colocado en la esquina de la calle de la Rosa con José Celestino Mutis vendiendo su mercancía. No es el único que se ubica en esa calle.

Hasta tres pescadores se apostan en las distintas esquinas con sus neveras de corcho blanco. Caballas, urtas o mojarras se ocultan bajo la capa de hielo que recubre sus neveras. Jorge es uno de ellos. Sus 71 años y más de 66 dedicados a la pesca, le convierten en uno de los pescadores más veteranos de La Caleta. Jorge ha tenido otras ocupaciones, pero al igual que Manuel, su «verdadero oficio es la pesca». El rostro del marinero curtido por el sol y cuarteado por los años contrasta con su vestimenta blanca. Parece como si Jorge se acabara de escapar de Sol de la tarde, la obra que Sorolla pintó para la Hispanic Society en 1903.

Cuando amarra su bote Santi I, Jorge se coloca en la confluencia de la calle de la Rosa con Belén. Allí, espera la llegada de las vecinas del barrio para venderles lo que haya cogido. «Antes vendía para los bares pero ya no. Hoy en día es difícil dedicarse a la pesca».

De parado a pescador

Tanto Jorge como Manuel son conscientes de los problemas que conlleva dedicarse a un oficio como el de la pesca. No pueden legalizarse como profesionales porque eso les exigiría poseer una embarcación de mayor eslora. Sólo tienen licencia de pesca recreativa y no están dados de alta como autónomos. La Guardia Civil les acosa y cada vez el cerco es más estrecho. Eso les da mucha inseguridad. Además, las ventas de pescado son sus únicos ingresos por lo que se ven obligados a pescar todo el año. Éste es uno de los motivos por los que la pesca estaba abocada a desaparecer como oficio tradicional. Sin embargo, la crisis ha cambiado la situación.

El aumento de las tasas de paro ha llevado a muchos desemplados a transformar lo que era una afición en su única forma de obtener un sueldo. «Es normal, están parados y quieren comer», explica indignado Manuel Jarén. Ahora, Jarén sólo tiene la pesca como afición pero no niega su pasado. El pescador de 68 años vendía lo que cogía para poder mantener su embarcación. «Antes lo hacía para poder pagar los gastos de gasolina y de carná. Hoy no me atrevo por que me pueden pillar».

La falta de trabajo ha hecho que Paco pierda el miedo ante posibles multas. Lleva cinco años dedicado a la pesca. Ahora está en paro por lo que vende pescado en la calle Jesús Nazareno, a escasos tres metros de Jorge. Paco emplea el barco de su padre para salir por las mañanas a pescar mojarras o urtas. Es consciente de su delicada situación: «Es imposible dedicarse únicamente a la pesca». De momento, sobrevive como puede a pesar de que este año el pescado es más pequeño. «La cantidad de pescado es la misma. Lo que falla es el tamaño, las caballas son más chicas», explica Jorge.

Una cuestión de tamaño

Jorge cree que el problema del tamaño se encuentra en los grandes barcos que «pescan sin control en alta mar». Según el pescador, esto provoca que «sólo llegen hasta la costa las caballas más pequeñas». Manuel Martín difiere de Jorge en las causas del problema. «La culpa de esta situación la tiene la pesca ilegal que emplea técnicas como el trasmallo cerca de la costa». Martín desarrolla la pesca recreativa en la Asociación Viento de Levante, en la Barriada de la Paz. Cuando habla de la pesca y del mar se le iluminan los ojos. Conoce sus artes desde que tenía ocho años. Este pensionista de 51 años se declara «un apasionado de la pesca deportiva». Martín posee un barco de 4,5 metros de eslora con el que faena cada mañana fuera de la Bahía. El pescado que consigue lo regala o se lo queda para su casa, y eso que «a su mujer no le gusta mucho», confiesa Martín.

Tanto la Asociación Viento de Levante, como el remozado Club Alcázar -los dos situados en el interior de la Bahía- parecen haber superado la pesca ilegal. Las campañas de la Guardia Civil en años anteriores han acabado con ellas. «Hace unos años, la vigilancia por esta zona era muy fuerte. Desde entonces ya nadie se atreve a vender pescado», recuerda uno de los pescadores habituales de la zona.

Un trabajo sin horarios

Cualquier gaditano que posea un bote sabe de las exigencias que conlleva la pesca en una embarcación. «No puedes salir a cualquier hora. Según el pescado que quieras coger tendrás que salir a una hora concreta», explica Jose Manuel, un pescador aficionado de Viento Levante. Manuel comparte esta opinión pero con la dificultad añadida de que para él no es una afición sino un trabajo: «La pesca no entiende de horarios o de días libres». Desarrolla su trabajo los 365 días del año siempre que el tiempo se lo permite. «Se pierden muchos días a causa de la lluvia o el viento» aclara Manuel. Su vida laboral comienza a las cuatro y media de la mañana porque «a las cinco y media hay que estar saliendo para poder coger algo», aclara. Dependiendo de las condiciones metereológicas del día se dirige a una zona más o menos alejada.

Manuel trabaja con multitud de factores desconocidos para la mayor parte de los mortales como la orientación del viento o el color del agua. Según él, «la pesca no es lo que uno cree sino lo que se puede hacer dependiendo de muchos factores». Manuel es valorado por los socios del Club Caleta como uno de los mejores pescadores: «Lo que no coja él no es capaz de cogerlo nadie», afirma un aficionado. Es capaz de orientarse por elementos del paisaje y del entorno como rocas o edificios. «El GPS no me sirve para nada».

Manuel seguirá pescando a pesar de las trabas y prohibiciones. Después de 35 años de oficio no hay multa que lo achante. Al igual que a su tío Antonio, a Manuel sólo le preocupa tener algún tipo de ingreso con el que contar a final de mes. No plantea retirarse de la pesca como oficio, ni abandonar La Caleta como lugar de ocio.

Antonio Carrillo murió el 22 de abril de 1971 sin saber que su sobrino heredaría su amor por el mar y la pesca. Como buen devoto de la Virgen del Carmen, el pescador murió en el suelo. Falleció, víctima de una neumonía, en el rellano de la escalera de su casa cuando sus vecinos lo trasladaban a la ambulancia. Su mujer, con el dinero que sacó con la venta de su bote Tino, pudo pagar el entierro de su marido. De esta forma, Antonio selló para siempre su amor con el mar. La historia de Antonio y la de su sobrino son dos más de las muchas que susurran las barcas de La Caleta o de la Bahía. Historias anónimas de gaditanos que demuestran que en lo simple se guarda la grandeza de Cádiz.