Galloso se entrena para volver a vestirse de luces en El Puerto junto a Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera, con toros de Santiago Domecq. / VÍCTOR LÓPEZ
la preparación de LA CORRIDA

Galloso vuelve al ruedo

El torero se vestirá de nuevo de luces el domingo en El Puerto a sus 55 años

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Juan Vidal hace de toro. En la plaza de tientas de Las Leonas, en El Portal, bañado en el calor de la tarde de jueves y en el olor dulce de las higueras, José Luis Galloso entrena con el capote como un híbrido extraño entre un niño con cuerpo de hombre y un hombre con la ilusión de un niño. Como si el sentido del tiempo y el de la cabeza se encontrasen en un choque de trenes. Viste pantalón de deporte y camiseta. Tiene 55 años para 56 y le quedan dos días para volver a vestirse de luces en El Puerto. «Pero ojo, no soy un viejo», advierte.

Es un hombre serio y amable. En las medias sonrisas que se escapan tras rematar una media verónica profundísima se advierte la ilusión por volver a su plaza el domingo. En la manera en que frunce el ceño, el peso de la responsabilidad del que va a medirse con dos toros de Santiago Domecq junto a Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera. «Va a ser muy bonito ver a tres generaciones juntas. La mía, la de Ponce, que es un torero consagrado y la de Perera, que representa a los jóvenes», dice.

Esa será la tarde de su vida para una vida que ha tenido muchas tardes. Dice el DNI que José Luis Feria Fernández nació el El Puerto el 27 de agosto de 1953. José Luis Galloso vino al mundo de los toros con 12 años en Puerto Real y debutó con picadores en el 70 en Barcelona. Antes de ser matador ya llenaba las plazas. «Terminé el papel en El Puerto sin caballos, en Sevilla y en las Ventas...», recuerda.

Luego vino la alternativa por todo lo alto en el 74, con Antonio Bienvenida de padrino y Palomo Linares de testigo, y muchas tardes de gloria. Otras, de hule, enfermería y suero, las que pasó de fiebres y puntos por sus 14 cornadas. No es un hombre arrogante, pero las cifras están con él: ha hecho el paseíllo 111 veces en El Puerto, ha matado 227 reses, ha cortado 274 orejas y ha salido 55 veces por la puerta grande.

«Ahora o nunca»

Con todas esas tardes en la maleta, hizo el petate y en 1996 frente un toro de Sayalero en la Plaza Real se despedía del túnel del miedo del patio de caballos al que ahora regresa. ¿Porqué se fue? «Porque sentía que mi torero estaba gastado y llevaba 25 años toreando». ¿Porqué vuelve? «Porque los toreros no se retiran nunca, por mi vocación y porque me veo con fuerzas».

Le ha costado lo suyo ponerse en forma física y mentalmente para hacer a sus años uno de los esfuerzos más locos que pueda lograr un hombre. «Fui apoderado, empresario... En esos 13 años he tenido tiempo para reflexionar mucho, para pensar y he pensado que... que ahora o nunca». Ese fue el transcurso de los hechos en la cabeza del torero antes de que le diese el sí a su amigo Justo Benítez. «Se cumplían muchas condiciones propicias». Este año, toreará dos o tres -Marbella, Espartinas, quizás Sanlúcar- y el año que viene «ya veremos cómo va la cosa».

La puesta a punto del motor físico le ha llevado lo suyo. «Cuando tienes 20 años, tu cuerpo es como un coche deportivo muy potente. Ahora, me siento como un coche de gasoil con muchos kilómetros al que le quedan muchos kilómetros». Desde octubre ha luchado Galloso en su batalla callada contra el paso de los años. El régimen de ejercicio es espartano. «Todos los días me levanto a las ocho y voy a andar unas tres horas. Después, o juego a pádel o cojo la bici un par de horas, para tomar fondo. Por la tarde, tentaderos o mi cita en Las Leonas, donde cogemos el carretón y nos entrenamos en la plaza, de salón».

Pese a todo, se considera una persona con suerte. «Ninguna de las 14 cornadas me ha dejado secuelas, y eso es muy importante. Lo principal son las piernas». No todo ha sido salón. En este tiempo, Galloso ha toreado ochenta vacas y ha matado ocho toros a puerta cerrada. El último, el miércoles, le pegó «una voltereta muy fea» en casa de Fermín Bohórquez. Los que le han visto, dicen de él que está muy fuerte. Que tiene sitio.

Eso que los aficionados a la fiesta de los toros llaman «sitio» es, quizás, lo más difícil de conseguir. Quietud, comodidad, capacidad para ponerse en los terrenos del toro y desenvoltura. Lo dan las piernas y la cabeza. «Yo no tengo las piernas y la fuerza de antes, de los chavales que se quieren comer los toros, pero tengo cabeza, técnica y colocación. Con eso creo que puedo hacerle las cosas bien a un toro».

Ese es su sueño. «Los toreros soñamos mucho. Poder sorprender, a la gente, que me vean y piensen mira este tío lo que hace aún. Eso y sentirme torero, que un toro me deje hacerle las cosas que yo quiero hacer». Como de las pesadillas no se habla, esa es la imagen que pasa por su cabeza varias veces al día, además de ver a tres generaciones de aficionados juntos en el tendido. «Estarán los viejos gallosistas de los comienzos, sus hijos y sus nietos, que nunca me han visto».

A estos últimos, los que han sabido de él por las fotos y las leyendas acodadas en las barras de los bares les anuncia que él «intenta ser clásico», que inventó la gallosina -mezcla de serpentina de frente y por detrás- y que le gusta matar recibiendo, una suerte difícil que le ha «dado pero también quitado» . «Generalmente me han puesto el sello de torero capotero», explica.

Sus familia -mujer y dos hijos, de 21 y 13 años- sí que saben quién fue dentro de los ruedos. «Se asustaron un poco al principio, pero cuando me vieron con un toro se tranquilizaron bastante y vieron que no era una locura», dice.

«Personalidad»

Cuando el domingo, el cuerpo de José Luis Galloso se asome de nuevo al vacío enorme del coche de cuadrillas, él no será el mismo. La fiesta de los toros, tampoco. «Ahora los toreros tienen menos personalidad que antes. Menos dos o tres como José Tomás o Morante, no tienen la personalidad de antes, cuando veías una foto de un torero de espaldas y en seguida sabías si era Paco Camino, Diego Puerta o El Viti».

De aquellos tiempos le quedan muchas imágenes y el honor de haber estado entre los primeros de varias generaciones. «¿La perfección?» Tal vez algunas tardes, como la de la alternativa en El Puerto o aquel negro de Samuel Flores en Las Ventas en 1978, aquél al que pinchó por matar recibiendo y al que podría haber cortado un rabo. ¿Qué daría por repetirlo el domingo? Sonríe. Cualquier cosa. «Una mano».

apaolaza@lavozdigital.es