JUAN JOSÉ TÉLLEZ ESCRITOR

«Cada vez que recurro a los versos me ahorro un buen dinero en psiquiatras»

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El currículum profesional y personal de Juan José Téllez da para una entradilla kilométrica: reportero, narrador, conferenciante, flamencólogo, articulista, guionista, viajero, autor de libretos musicales, bohemio consumado, experto en historia y en historias, orador brillante, defensor de causas perdidas, ensayista, intelectual comprometido con su tiempo y con su tierra, herético, rebelde, presentador de radio, director de documentales, noctámbulo, melómano, conversador ocurrente, culto, irónico y cosmopolita... Además de todo eso (o gracias a todo eso), Juan José Téllez «es un poeta mayor», según el criterio inapelable de José Manuel Caballero Bonald. Su último poemario Las grandes superficies (inédito hasta el próximo mayo) obtuvo ayer el XXIV Premio Unicaja de Poesía.

-La primera pregunta es obligada: ¿Qué significa para usted este premio?

-Significa mucho. Porque es un premio con prestigio, porque te garantiza la distribución de una de las principales editoriales de este país como es Visor, y especialmente por el jurado: una especie de Dream Team de escritores de varias generaciones, un grupo de maestros a los que admiro tanto intelectual como personalmente. El hecho de que este libro haya conseguido concitar sus complicidades es un orgullo para mí.

-¿Por qué Las grandes superficies?

-Es un título polisémico. Vivimos en la era de grandes superficies. Hemos renunciado a las viejas profundidades del mar de las utopías, y vivimos en un tiempo light... Hemos renunciado a los sueños, hasta el punto de que ya ni siquiera tenemos pesadillas, sino solamente insomnio... Me gustaba el título porque remite a un cierto concepto de comercio, pero al mismo tiempo nos habla de epidermis, de frivolidad, de superficialidad, porque también las ideas se han convertido en mercado...

-¿En este libro ha llegado a la confluencia total entre lo íntimo y lo colectivo?

-Normalmente juego con ambas emociones, porque para mí no hay fronteras entre lo íntimo y lo colectivo. Si uno lucha por amar y busca la felicidad, no busca la felicidad individual, sino la de todos.

-¿Cómo se conjuga, creativamente, la nostalgia por el mundo perdido de la infancia con reivindicaciones puramente sociales? ¿Qué ha hecho para que el resultado sea coherente?

-Mi infancia no es sólo mi infancia. Mi infancia son recuerdos de un país sometido por una dictadura que, para los ojos de un niño, no era algo terrible (como podía serlo para un demócrata), sino fundamentalmente aburrido, gris, insufrible. La adolescencia de mi generación es la adolescencia de las libertades, de la Transición democrática. Las esperanzas que uno puso en su vida y en sus sueños son las mismas que este país puso en su propia vida y en sus propios sueños. He llegado, en estos meses, a los 50 años, y creo que es una edad lo suficientemente dilatada como para echar un vistazo al pasado y comprobar que buena parte de las expectativas de aquella juventud personal y colectiva se han visto dramáticamente incumplidas.

-¿Por eso mira hacia atrás con cierto sentimiento de débito o de ira?

-Este ni siquiera es un tiempo propicio para la ira. Estamos en algo peor, en el paraíso de la incertidumbre, del conformismo y de la pasividad... Personalmente no miro hacia atrás con ira porque estoy relativamente satisfecho de lo que he conseguido a lo largo de mi biografía, de las pequeñas conquistas cotidianas a las que hemos logrado acceder en materia de libertades públicas. Creo que sí hemos fracasado en algo: el mundo al que aspirábamos con 20 años no es éste. Parece que el único futuro que nos espera es contratar a Drácula para matar a Frankenstein, aplicar la ley del más fuerte, recetar capitalismo salvaje para corregir los desmanes del capitalismo feroz... No me da tanto miedo como el futuro y, sobre todo, el presente.

-La rabia que late en muchos de sus versos ¿forma parte irrenunciable del compromiso?

-La rabia tiene mucho que ver con la gestión de ese fracaso. Creo que no lo hemos hecho bien. En el pasado hubo gente que luchó por sus ideas a pesar de la cárcel, de las torturas y de los paredones al amanecer. Yo pertenezco a la primera generación que disfrutó de libertades en este país, que no tenía que enfrentarse a ejecuciones sumarísimas para luchar por los valores sociales que consideraba necesarios, que no nos arriesgábamos al presidio o la muerte, y sin embargo no hemos sido capaces de contagiar a los demás el veneno de la libertad, de la igualdad, de la justicia... Ese fracaso debe conducirnos, al menos, a la rabia..

-¿Qué pervive en su poesía desde Crónicas Urbanas y qué ha cambiado?

-Creo que ahora escribo menos mal, lo que no sé si significa que escribo mejor... Lo que sí he procurado es ser más coherente conmigo mismo. Como dijo Julio Cortázar Uno no es sólo uno, sino también los demás. Yo ya no soy la persona que escribió Las grandes superficies, sino que ahora formo parte de los demás. Yo ya no soy la persona que escribió Crónicas Urbanas, pero sigo creyendo que aquella persona que fui escribió cosas que pueden servir a otras personas..

-De usted ha dicho Felipe Benítez Reyes, durante el acto de lectura del acta que lo acredita como ganador, que es un magnífico periodista, un magnífico poeta y un magnífico orador. ¿Cómo se llevan, después de medio siglo de convivencia, el periodista, el tertuliano, el flamencólogo, el conferenciante, el poeta y el narrador?

-Creo que sobre todo soy un magnífico vividor, y la vida implica, de una u otra manera, todas esas cosas; significa amar en público, amar en privado, comprometerse; significa transmitir, comunicar, agotar todas las posibilidades que ofrece estar vivo, sea por vía de las emociones o por vía de las ideas. Para denunciar una situación deleznable, prefiero un reportaje a un soneto, porque es más efectivo; además, el periodismo me ha librado de la épica.

-¿Qué le permite expresar la poesía mejor que cualquier otro género?

-La poesía es un código secreto. Es el lenguaje hermético de una especie de secta. Sigue siendo como la botella con un mensaje que arroja un naufrago, que nunca sabes si llegará a manos de alguien capaz de entenderlo, de descrifarlo. Además, como el resto de los poetas, cada vez que recurro a los versos me ahorro un buen dinero en psiquiatras.

-El jurado también lo ha definido como un hombre maduro... ¿Qué le parece?

-Me preocupa (risas). No, no... Es cierto que ya no soy un Peter Pan. Y también que no importa ser cada vez un poco más Garfio..

-Con el medio siglo recién cumplido, ¿cuál es el estado actual de su espíritu?

-Combativo, pero sereno; optimista, pero informado.

dperez@lavozdigital.es