Tribuna libre

ETA y el duelo

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Si hubo un momento en el que ETA estuvo viva, fue en los años que siguieron a la muerte del dictador. Por aquel entonces el ministro francés Gastón Deferre llamaba «resistentes» a sus integrantes y la banda podía sentirse respaldada no sólo por la izquierda radical vasca, sino también por el nacionalismo vasco institucional, la iglesia popular vasca y ciertos sectores de la izquierda o del nacionalismo periférico estatales. Aquél fue su momento de mayor plenitud, la cumbre de su vitalidad. Pero eso era 1975, y la vida de ETA no duró mucho: murió hace tiempo. Nuestro problema no es acabar con ETA, es hacer que los suyos asuman su muerte.

Duelo viene obviamente de dolor. La muerte de aquéllos a quienes amamos es, ha de serlo, dolorosa, tanto como el amor y el cariño que les proferíamos: el dolor y el amor se acaban entrelazando. Pero el objeto del duelo no es siempre el mismo. Cuando es otro ser humano el que desaparece –un amigo, un hermano, un hijo–, el hecho mismo de su pérdida es por completo independiente de nuestra voluntad. Su muerte se muestra tan contundente, tan externa a nuestros deseos, que no podemos negarla. Está ahí como un dato que se impone con la rotundidad de aquello que escapa a nuestro poder como sujetos. La lluvia cae, las aves vuelan, los cuerpos de los hombres mueren. La lluvia, las aves, los cuerpos: todo eso son cosas, son objetos.

No ocurre lo mismo con otro tipo de duelos, los referidos no a objetos externos, sino a nuestros deseos, a nuestra manera de ver el mundo, cosas que también pueden morir. La relación que mantenemos con ellos no es objetiva sino subjetiva: no está dada, depende de nosotros en cuanto sujetos. Ocurre así con las ilusiones, con las aspiraciones, con los proyectos que trazamos para nuestra vida. Aunque todo apunte a su fracaso, nos resistimos a darlos por perdidos.

¿Y la izquierda abertzale? Su problema es el otro elemento: el subjetivo. La realidad no basta, hace falta una decisión moral. El elemento crucial aquí es la voluntad, la mera valentía. Buena parte de la izquierda abertzale ya no está con ETA, pero no se atreve a asumirlo. No creo que tengan miedo a que ETA los mate, es otra cosa. Es el pavor a asumir su historia. El pavor a los bertsos del mañana, que no cantarán su gloria. El miedo al fracaso. ¿Qué dirán a sus hijos? Valientes para matar, cobardes ante la imagen que les devuelve su conciencia moral. Cobardes, cobardes morales hasta la náusea: saben cuál es la verdad y qué tienen que hacer, pero no se atreven a hacerlo. Huyen del duelo que les aguarda, no asumen el dolor de la derrota.

El verano se anuncia sangriento. Mientras los pusilánimes no asuman en su fuero interno su fracaso, los inocentes tendrán que seguir muriendo. Otegi es ya tan sólo un gallina moral frente a un espejo maldito. Y eso mismo es hoy con él toda la izquierda abertzale.