Jerez

El cuento del baile de la escoba

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H ay quien me va conociendo con el tiempo y seguro que, nada más leer el titular, dirá: otra vez este pesado con el cuento de la escoba, ¿no tendrá otro? Aún así siguen riéndose con las múltiples y novedosas aplicaciones que de vez en cuando les narro, esgrimiendo como un poseso las verdades que entraña una máxima que un buen día tuve oportunidad de conocer de boca de mi, desde entonces, particular oráculo.

Sucedió hace algo menos de un año, en uno de esos ambientes de mediodía sin agenda apretada, rozando el fin de semana, en los que lo que menos te puedes esperar es que junto a la media de tortillitas y su gemela de fino, termines saboreando una ración entera de pura filosofía, de la que nace en la experiencia de un hombre que te supera en años, vivencias y en la picardía que curte a los que han sabido navegar en los años duros.

Entre roce y roce con el compañero, entonces anónimo, de barra, surgió la chispa del diálogo. Pasadas las presentaciones comienza una manía muy mía, la de intentar adivinar a toda velocidad el perfil de la persona con la que hablo por primera vez. Decir que suelo acertar sería añadir una falsa cualidad a mi persona.

Y fallé una vez más. Adiviné, era muy fácil, no crean, su actividad, dueño de una pequeña contrata ligada al ramo del ladrillo, que estaba entre su parroquia, que tenía ganas de charlar con el que rompía lo monótono de su entorno a estas horas, la de la cervecita diaria a la salida del tajo o cuando hay que despachar con los empleados sin el casco puesto.

Ineludiblemente la palabra crisis entró pronto en escena y entonces llegó la lección magistral:

«Esto de la crisis es como el baile de la escoba, que cuando suena la música en la pista de baile todos salimos como locos y nos ponemos a pasarnos la escoba, y terminamos olvidándonos de que tarde o temprano, el de la cabina de música deja de pinchar el disco y las luces que entonces nos dejaban medio ciegos se apagan y el que se haya quedado con la escoba, amigo mío, ese lo tiene jodido».

Los camarones debieron escuchar la conversación porque de pronto sus bigotes me pellizcaron la garganta y por poco tenemos un disgusto. Me dejó sin argumentos y así sigo desde entonces, utilizando a la escoba para explicar, en ocasiones, lo inexplicable.

Porque no me negarán que resulta inexplicable que con las aristas de todo tipo que ha tenido el proyecto, ya realidad, IKEA, en Jerez, desde las pugnas con otras localidades por atraer el proyecto, buscar el suelo, ofertarlo, pasar el visto bueno político y demás, que ahora se incendie por un quítame allá esos horarios no deja de simbolizar lo azaroso que es el destino en esta querida ciudad.

Si aplicamos la ecuación escobil al caso, deduzco que quien se quedó con la escoba fue CC OO, los sindicatos, porque mientras las luces iluminaban la figura de nuestra alcaldesa Pilar Sánchez y su equipo de Gobierno y algún que otro destacado colega de la administraciones provinciales y regionales afines, y los suecos exhibían poderío de reunión en reunión y de oferta en oferta en su gira a lo bienvenido Mister Marshall, mientras a toda plana salían a relucir las magnitudes de la mayor inversión privada en la historia de Jerez, mientras se anunciaban a centenares las contrataciones de empresas y personal que, en cascada, y hasta 2011, se iban a producir.

Los sindicatos locales, apagadas las luces, han ido recibiendo el incesante goteo de los parados locales que acudían a la sede con el consabido: ¿qué hay de lo mío? Y de lo suyo no había nada, porque los suecos han contratado fuera.

Legal, pero quien se lo explicaba a los piquetes que cada día acudían a las puertas del tajo para hacer cola y cambiar, al menos, de ventanilla.

El cabreo les llevó a cerrar la ventanilla y entonces, las luces se encendieron por unas horas, lo justito para poder volver a apagarlas sin que se despierte todo el personal. Aunque los llantos de los niños han traspasado más fronteras que las que al Ayuntamiento les hubiera gustado, a juzgar por las indicaciones de discreción, o era corrección, que apuntaron esta semana, para variar, al mensajero.

Es imposible recoger en un documento situaciones que escapan a la legislación vigente, pero siempre hay otras fórmulas, como la que ha llegado tras el parón en las obras, que permite compartir la escoba sin que ninguno de los que estaban en la pista inicialmente tenga la sensación de que la fiesta se ha acabado y todos tienen novi@ menos él.

Cuestión de equilibrios, querido Watson. Y no debía ser tan difícil la situación cuando el acuerdo entre multinacional y sindicato local ha sido rápido, casi fulgurante.

Buenos reflejos los de los suecos, que ya han dejado caer que al nuevo ritmo impuesto para las obras el complejo igual tarda más en llevarse a cabo y termina acumulando retraso. Creo, en todo caso, que un retraso menor que el que produciría mantener un pulso a nivel local viendo como estaba el patio.

El equipo de Gobierno ha presentado esta semana una serie de condicionantes que debe cumplir un nuevo proyecto inversionista en la ciudad para ser considerado de interés público y, por lo tanto, contar con ventajas y condiciones favorables por el Ayuntamiento.

Al menos es una forma de ponerle puertas al campo y tratar de que no se reproduzcan nuevos brotes de rechazo local porque el proyecto en cuestión no deje el rédito que colectivos ciudadanos pueden terminar por reclamar.

Atraer inversiones que dinamicen la economía local es una piedra angular para que Jerez, consiga paliar los efectos de la crisis y encuentre nuevos yacimientos económico y de empleo.

Les animo a descubrir mañana en las páginas de La Voz de Jerez quién se ha quedado con la escoba si hablamos de estas condiciones favorables para el inversionista foráneo. Y es que resulta francamente difícil contentar a toda la parroquia, aunque se intente.

Feliz verano, que falta hace. Y piensen en la escoba, pero procuren no quedársela.