NADANDO CON CHOCOS

Podemos ser suizos

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Un viejo estudio comprobó con todo tipo de calibres y armas que no matan las balas, sino la velocidad. Debate de semejante calibre intelectual ha abierto la comunidad política en torno a los chiringuitos que jalonan las playas como oasis de la Cruzcampo.

En su contra están los que se fijan en los olores, el espacio, la vista que ocupan dentro de ese espacio hipnótico del horizonte de la costa. También les pesan esa marea de imbéciles pijipis que se apuestan en ellos, con el A3 aparcado en la trasera. Los que mandan callar con siseos a la hora del rayo verde y aplauden las puestas de sol con cara de gustico comparable a la del tonto del anuncio de los espárragos y la carretilla. Esos que mueren por Cai cada noche cuando se ponen hasta las manillas de lo que haya y asustan como fantasmas de la mañana.

A favor, entre otros, Mariano Rajoy, que ha dicho que los chiringuitos están en nuestra cultura y que librarán una batalla política por salvarlos del espeto al que los quiere someter la Demarcación de Costas.

Entre ellos, alguien más juicioso debe pensar que el problema no está en el chiringuito, sino más bien en quien lo usa. En que debe existir un equilibrio entre las costumbres y los espacios, que tan respetable son el pareo y el libro como la infraestructura de mesas, sombrillas, filetes y sandías enterradas en la arena. Como el deseo inherente al ser humano de tomarse seis cañas seguidas sin tapa.

Quizás alguien haya pensado que podemos ser más ordenados, más limpios, más zen, abstemios, que podemos hablar más bajo, decir menos tacos e incluso erradicar los chiringuitos. Podemos hasta mutar y despertarnos una mañana siendo suizos.