ANABOLIZANTE

Asombro, dolor

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Hace dos días me llamó mi hermana, y me lo soltó como pudo, por teléfono, tal y como ella había recibido la noticia hacía solo unos momentos de labios de Javier Ruibal: «Ana, una mala noticia». «¿Cuál, Ale, por Dios?». «El Moderno...»

La muerte repentina de alguien cercano siempre te deja con las piernas colgando, porque aniquila cualquier lógica, cualquier sentido que uno quiera darle a la vida. Luego, el instinto de supervivencia hace que el cerebro empiece a trabajar para convencerte de que las cosas pasan obedeciendo a quién sabe qué designios, y ahí ya volvemos a reestructurarnos, nos reubicamos en el mundo. Pero el instante justo en el que recibimos la noticia lanza cruelmente, por unos instantes, una luz reveladora sobre nuestra existencia, desvelando con crudeza la verdad impactante e ineludible de la muerte, haciéndonos conscientes de la fragilidad e inconsistencia de la vida humana. Y uno, que cree que esto de que venimos a morirnos ya lo tiene más que asumido y madurado, se queda de pronto anonadado, anulado, sin recursos, como si fuera la primera vez que se enterara de que todos somos mortales y que algún día, mañana mismo, dejaremos de estar aquí...

La muerte es un misterio, y cuando pasa solo deja dolor y preguntas estériles. «La muerte es muy fea», me dice Miriam. Es lo único que se le ocurre, porque no hay palabras ante tanta perplejidad, porque es imposible asimilar algo así, porque ser consciente de la levedad de la existencia es insoportable... Y por eso vivimos ajenos a ello, como si no fuera con nosotros, como si fuéramos eternos...

Y de pronto llega Alfonso y nos pega este mazazo en el corazón y en la conciencia, dejándonos con una mueca de estupor en el rostro y con la mente naufragando, haciendo lo posible para salir a flote entre tanto absurdo.